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Homilía sobre 1 Samuel 3



Prolegómeno (v.1)

El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí; y la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia.

 Después de pasados los años, el joven Samuel servía a Jehová, pues eso es lo que significa ministrar (תַרָש sharat). Se nos relata en la historia que la palabra del Señor escaseaba. Nótese, no era que era inexistente, o que había desaparecido por completo, sino que escaseaba. Había palabra de Jehová, sin embargo, era poco común, por eso se añade al texto: no había visión con frecuencia. De manera que notamos dos cosas: (1) A pesar de la falta de palabra de Jehová, el Señor continuaba revelando su palabra de manera particular. (2) Esta falta de palabra de Jehová debe entenderse como falta de profecía.


Conocer a Dios en la juventud (v.2-6)

Y aconteció un día, que estando Elí acostado en su aposento, cuando sus ojos comenzaban a oscurecerse de modo que no podía ver, Samuel estaba durmiendo en el templo de Jehová, donde estaba el arca de Dios; y antes que la lámpara de Dios fuese apagada, Jehová llamó a Samuel; y él respondió: Heme aquí. Y corriendo luego a Elí, dijo: Heme aquí; ¿para qué me llamaste? Y Elí le dijo: Yo no he llamado; vuelve y acuéstate. Y él se volvió y se acostó. Y Jehová volvió a llamar otra vez a Samuel. Y levantándose Samuel, vino a Elí y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Y él dijo: Hijo mío, yo no he llamado; vuelve y acuéstate.

 Posterior a este pequeño prolegómeno, se nos presenta todo el relato que transcurre en la noche entre Jehová, Samuel y Elí. En este tiempo, ya existía un templo, aunque no como el hecho por Salomón, este templo debe entenderse como la carpa del tabernáculo de reunión, pues era allí donde estaba el arca. El joven Samuel dormía en este templo, lo que nos lleva a entender que era un joven que buscaba la presencia del Señor constantemente, tal como Cristo una vez dijo: me es necesario estar en los negocios de mi Padre. Si el Señor concedió tal gracia a este joven Samuel ¿será imposible para los jóvenes de hoy? Quiera Dios otorgar su gracia a los niños y jóvenes de nuestra generación; contribuyamos, pues, a que los jóvenes escuchen la Palabra de Dios desde pequeños.


La clemencia soberana del Señor (v.7-9)

Y Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada. Jehová, pues, llamó la tercera vez a Samuel. Y él se levantó y vino a Elí, y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Entonces entendió Elí que Jehová llamaba al joven. Y dijo Elí a Samuel: Ve y acuéstate; y si te llama, dirás: Habla, Jehová, porque tu siervo oye. Así, se fue Samuel, y se acostó en su lugar.

 Pese a esto, Samuel no había conocido aún a Jehová. Si este joven buscaba con tanta insistencia al Señor, de manera que hasta dormía en el templo, y no lo conocía ¿qué quedará para una pobre alma que no se preocupa en orar ni leer las Palabras del Señor? Seamos diligentes en nuestra búsqueda del Señor, porque el que busca encuentra. Del mismo modo, fue el Señor quien se acercó a Samuel, demostrándonos que el esfuerzo humano no vale por sí mismo para encontrar al Señor, sino que la gracia nos es dada gratuitamente, sin mérito alguno. Samuel pudo buscar mucho al Señor, y sin embargo, no fue hasta que el Señor se le reveló que de verdad lo conoció, quedando así demostrada la Palabra que Jehová le dio a Moisés: tendré misericordia del que tenga misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente, hablando de revelarse a quien Él quiera. De manera que fue el Señor quien llamó a Samuel, lo halló y lo apartó para sí.


El llamado divino y la obediencia humilde (v.10)

Y vino Jehová y se paró, y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye.

 El Señor continuó llamando a Samuel, que anteriormente no sabía cómo responder, pero tras la corrección hecha por Elí, pudo atender de la manera apropiada al Señor. Esto nos enseña que todos necesitamos instrucción para discernir lo que el Señor quiere decirnos. Ningún hombre, por inteligente que sea, puede aprender por sí mismo, y mucho menos en los caminos del Señor, en los que Él mismo ha designado hombres como supervisores y pastores del rebaño para llevar a sus ovejas a los buenos pastos. Asimismo, notamos en Samuel una obediencia humilde al llamado del Señor, reconociendo su condición de דֶבֶע (ebed, siervo/esclavo) delante de su Dios. Ningún hombre pasa de ser un simple siervo delante de Dios, y así debemos reconocernos en su presencia, como bien dijo el Señor: decid: siervos inútiles somos, porque hemos hecho lo que se nos mandó hacer.


La terrible profecía contra Elí (v.11-14)

Y Jehová dijo a Samuel: He aquí haré yo una cosa en Israel, que a quien la oyere, le retiñirán ambos oídos. Aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho sobre su casa, desde el principio hasta el fin. Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no se lo ha impedido. Por tanto, yo he jurado a la casa de Elí que la iniquidad de la casa de Elí no será expiada jamás, ni con sacrificios ni con ofrendas.

 Al revelar lo que haría contra la casa de Elí, notamos una palabra peculiar que Dios usa para mostrar lo que la gente sentiría al oír sobre ello. Él dijo que a quien oiga lo que haría, le retiñirían los oídos (צָלַל tsalál). Esta palabra refleja un sentimiento de vergüenza ajena, algo que ciertamente sentiría no solo Elí, sino todos los que se enterasen de la profecía de Jehová. San Agustín de Hipona dijo algo similar: «Cuando un hombre descubre sus faltas, Dios las cubre. Cuando un hombre las esconde, Dios las descubre. Cuando un hombre las reconoce, Dios las olvida». De manera que Dios descubre el pecado oculto, porque Él lo ha prometido: el que encubre su pecado no prosperará. El trabajo de un padre temeroso de Dios es instruir a sus hijos en el temor del Señor. Elí, al mal criar a sus hijos, demostró dos cosas: (1) Que su amor por Dios era insuficiente. (2) Que su amor por sus hijos era insuficiente. El verdadero amor paternal se demuestra, no solo en el cariño, sino también en la disciplina, porque el padre a quien ama disciplina. La labor de un padre es llevar a sus hijos por el camino correcto, y estorbarlos de hacer el mal.

Ahora bien, debemos notar que Dios prometió no expiar la iniquidad de la casa de Elí jamás, ni con sacrificios, ni con ofrendas. ¿A qué se refería con «no expiar jamás»? ¿Acaso jamás podría perdonar el pecado de Elí? En lo particular, pienso que a lo que se refiere el Señor es a que después de Elí y sus hijos, sus descendientes jamás volverían a participar de la casa de Jehová. Esto lo vemos ya que el que sucedió a Elí como sacerdote fue Samuel. De manera que el Señor no se refería a no perdonar en el sentido de desechar, como sí fue el caso de Saúl, sino que se refería a no perdonar en el sentido de jamás volver a permitir que sus descendientes participaran de lo sacratísimo del templo. Por este motivo es que vemos al Señor afirmando: la iniquidad de la casa de Elí no será expiada jamás, pues jamás su casa volvería a participar del sacerdocio.


La revelación de Samuel a Elí (v.15-18)

Y Samuel estuvo acostado hasta la mañana, y abrió las puertas de la casa de Jehová. Y Samuel temía descubrir la visión a Elí. Llamando, pues, Elí a Samuel, le dijo: Hijo mío, Samuel. Y él respondió: Heme aquí. Y Elí dijo: ¿Qué es la palabra que te habló? Te ruego que no me la encubras; así te haga Dios y aun te añada, si me encubres una palabra de todo lo que habló contigo. Y Samuel se lo manifestó todo, sin encubrirle nada. Entonces él dijo: Jehová es; haga lo que bien le parezca.

 Nuevamente notamos la obediencia de Samuel, quien inmediatamente reveló todo a Elí, a pesar de que sabía todos los malos que el Señor le había dicho que tenía preparados para Elí y su casa. Vemos que Samuel temía (יָרֵא yaré) contarle la verdad a Elí, pero este no era un temor de miedo, sino un temor reverente. Él temía ofender y causar molestia al sacerdote. Sin embargo, Samuel no pudo contenerse de decir la verdad, así como Jeremías: «entonces hay en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; me fatigo en tratar de contenerlo, pero no puedo». Luego Samuel le contó toda la verdad, y la reacción de Elí fue muy sencilla: «Si el Señor quiere hacer eso, pues que lo haga, Él es Dios». Aún no logro descifrar si lo dijo con actitud humilde o déspota. Sea cual sea el caso, lo más destacable aquí es el hecho de que la verdad siempre sale a la luz, y en ese momento, no nos queda más que aceptarlo.


El crecimiento profético de Samuel (v.19-21)

Y Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras. Y todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová. Y Jehová volvió a aparecérsele en Silo; porque Jehová manifestaba en Silo su palabra a Samuel.

 Samuel fue un verdadero hombre de Dios, que anduvo con el Señor y no se apartó de Él. Conocemos por David la promesa para aquellos que caminan y se someten a los preceptos del Señor: «Si tú le buscas, lo hallarás; mas si lo dejas, él te desechará para siempre». Y además, vemos lo que el Señor hizo por Samuel, esto es, que ninguna de sus palabras cayera por tierra (ולא- הפיל מכל- דבריו ארצה). ¿Qué es esto sino que Samuel representaba la voz de Dios en la tierra? Es evidente que el estado gubernamental de Israel mientras Samuel regía era una teocracia, de manera que el pueblo era gobernado directamente por Dios. El papel de Samuel era hablar las palabras de Dios, haciendo la función de un regente. Es Dios quien gobierna, pero por medio de Samuel. Es similar a lo que Cristo le dice a san Pedro en Mateo 16:19 «y todo lo que ates en la tierra, estará atado en los cielos; y todo lo que desates en la tierra, estará desatado en los cielos». Dios no estaba permitiendo que todo lo que Samuel deseara caprichosamente lo recibiría, sino más bien que la voluntad de Samuel estaba tan alineada a la del Señor, que sus palabras eran como las mismas de Dios, tal como sucedió con Pedro y los apóstoles. Cristo no les otorgó poder para hacer lo que ellos quisiesen, sino para establecer el reino y hacer su voluntad, porque no todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.

Bendiciones para todos, ¡y que Dios les regale sabiduría!

— Mauricio Madriz

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