La Bendita Predestinación Divina
04/07/23
Introducción
El día de hoy me he levantado con un fuerte deseo de escribir algo sobre el profundo, aunque bellísimo tema de la predestinación. Un tema no poco controversial, aunque sus grandes controversias no la vuelven menos real. El hecho de que todos, de una u otra manera, luchamos contra esta doctrina defendida por las Escrituras, nos deja ver algo importante en el carácter del ser humano: Nosotros queremos un dios hecho a nuestra medida. El ser humano siempre quiere ser el soberano. Sin embargo, esta gloriosa doctrina sirve para humillarnos al punto de reconocer que el único soberano es Dios, y que Él gobierna toda su creación, a tal grado que determina, no solo la salvación de ciertos individuos, sino también todo lo que acontece. No en balde el santo profeta Isaías dijo en sus oráculos: Desde el principio Yo anuncio el final, y desde el comienzo, lo que aún no ha sucedido. Yo digo: «Mi designio se cumplirá, y realizo cuanto me propongo». Este deseo de hablar del tema ha venido a mi mente desde que me he levantado de la cama, por lo que, espero que el Espíritu Santo, Señor mio, dirija mis manos mientras escribo, no lo que pienso o lo que siento sobre el tema, sino lo que Él mismo ha inspirado sobre ello.
Grandes santos y hombres de Dios han hablado de este tema antes que yo, y sin duda hombres mucho más capaces y preparados que yo han tocado este asunto. El bienaventurado doctor de la iglesia, san Agustín, habló mucho de esta doctrina en sus escritos, y yo lo recomiendo abundantemente, pues casi no hay otro autor patrístico que haya tratado este tema mejor que él. Sin embargo, debo decir que san Fulgencio fue otro padre que trató exquisitamente esta doctrina, plasmando en sus escritos un gran conocimiento sobre las epístolas de san Pablo, y sin duda su comprensión también se ve influenciada por el anteriormente mencionado obispo de Hipona. Los reformadores también hablaron de este tema: Lutero, Calvino, Zuinglio y Knox no callaron en este asunto, sino que, además de tener en alta estima la enseñanza de Agustín, hallaron suma fuerza y veracidad en san Pablo, quien me atrevo a decir, aclara el punto en una sola sentencia al decir: ya que en él nos eligió antes de la creación del mundo. Sin embargo, como dijo san Pedro, algunos indoctos tuercen las Escrituras para su propia perdición. Líbrenos Dios de hacer tal cosa hoy.
No quierno sino tratar el aspecto salvífico de la bendita predestinación con que Dios nos escogió para salvarnos, no solo del presente siglo malo, sino también de la perdición eterna. De manera que hoy trataré de abarcar lo que los hombres inspirados dijeron en este punto, así como también lo que el Señor dijo de esto. Por eso quiero empezar con el siguiente texto:
Argumento Principal: Para evitar la jactancia
No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca...
San Juan 15:16
Al analizar el contexto de las palabras del glorioso Redentor de nuestras almas, podemos observar lo siguiente: (1) Está hablando del fruto, que no es otra cosa que la vida bienaventurada en el Señor, es decir, el llevar una vida cristiana y religiosa. (2) Todo sarmiento que permanece en Él, lleva mucho fruto y es podado, cuidado y protegido por el Señor, pero los que no permanecen en Él son cortados y echados al fuego. (3) Solo si permanecemos en Él podemos llevar aquel buen fruto. (4) El fruto primordial es el amor. Lo mismo que el Señor dice acá es repetido por san Pablo en la epístola a los Gálatas, cuando dice: Mas el fruto del Espíritu es amor… (5) El amor genuino se manifiesta en la obediencia. (6) El amor por el Señor nos hace sus amigos.
Una vez comprendido el contexto del discurso de Jesús, podemos comprender más a fondo el por qué ha decidido revelar aquel glorioso misterio de la santa y bendita predestinación a sus discípulos: para que ninguna carne se jacte en su presencia (1 Co. 1:29). El amor verdadero por el Señor no debe llevarnos a la hinchazón de la jactancia, sino a la humilde reverencia hacia el Dios que todo lo sabe, y que a pesar de eso, nos escogió por pura gracia. San Agustín comentando este pasaje dijo lo siguiente: «¿Quién oyéndola se atreverá a decir que los hombres creen para ser elegidos, siendo así que más bien son elegidos para que lleguen a creer?», de manera que el mismo obispo de Hipona recalca aquí una realidad que no muchos están dispuestos a aceptar: que no somos escogidos por nuestros propios méritos, sino por la voluntad inalterable de Dios.
Yo sé que tal vez mucho estén dudando ya, y se pregunten: «¿Entonces dónde queda el libre albedrío del hombre?», yo les contestaré: que todavía el hombre tiene libre albedrío, sin embargo, por la caída, su albedrío quedó totalmente contaminado por el pecado, de manera que sus deseos se ven ofuscados por él, a tal modo de jamás desear lo que es verdaderamente bueno para su alma, esto es, a Jesucristo. Con esto no he hecho sino repetir lo que aquellos estándares de la asamblea de Westminster ya habían establecido en sus artículos sobre el libre albedrío: «Que el hombre, mediante su caída en el estado de pecado, ha perdido totalmente toda capacidad para querer algún bien espiritual que acompañe a la salvación… Y que cuando Dios convierte a un pecador y lo traslada al estado de gracia, lo libera de su esclavitud natural bajo el pecado, y sólo por su gracia lo capacita para desear y hacer libremente aquello que es espiritualmente bueno». Y esto no solo fue establecido según los cánones de la ortodoxia reformada, sino también, bajo los estándares de la ortodoxia católica [universal] en el segundo concilio celebrado en Orange, en el año 529, Cuando dijeron: «El pecado del primer hombre ha deteriorado y debilitado tanto el libre albedrío que nadie después puede amar a Dios como debe o creer en Dios o hacer el bien por amor de Dios, a menos que la gracia de la misericordia divina lo haya precedido». De este modo, nos debería quedar claro el por qué Cristo dice: No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros. Él no nos eligió porque nosotros le hubiésemos escogido primero, sino que Él nos eligió para que nosotros también le escogiéramos. Esto es lo mismo que san Pablo declara a Timoteo en su segunda epístola, cuando dice que el Señor nos salvó no en razón de nuestras obras, sino por su designio y por la gracia que nos fue concedida por medio de Cristo Jesús desde la eternidad (2 Ti. 1:9). Nótese cuando se nos fue concedido el don: desde la eternidad, es decir, antes de que el tiempo existiese, antes siquiera de que nuestros padres, y aún nuestros abuelos, y aún toda nuestra parentela existiese.
De manera que queda claro por este texto que, (1) Somos escogidos por Dios, no en virtud de nuestros méritos. (2) Somos escogidos para creer, y no creemos para ser escogidos. Así queda establecido el primer punto: que Dios nos eligió para que de ninguna manera pudiéramos jactarnos de habernos salvado en favor de nuestras obras, o nuestro propio vigor, sino que pudiéramos darle gloria a Él eternamente, pues su gracia se manifestó a nuestro favor sin ser merecida.
El Significado de la Predestinación
Ahora bien, ya que conocemos más a fondo la doctrina de la elección divina, pasemos a examinar más de cerca, cual microbiólogo, el concepto de la bendita predestinación de Dios. San Pablo, los apóstoles, y el Señor Jesús, utilizan varios términos para referirse a este concepto, sin embargo, yo me enfocaré en el más utilizado para hablar directamente del misterio de la predestinación. προορίζω proorízo, esta palabra quiere decir determinar de antemano, o predeterminar, aunque en su significado más aceptado, la traducción correcta es predestinar. Se refiere a la previa determinación que tuvo Dios para hacer algo. Entiéndase, no se refiere a la previa disposición, o a la previa visualización, sino a la previa determinación, lo que nos deja ver (1) que la predestinación está relacionada con el decreto divino, (2) y que a su vez está relacionada con la salvación de algunas personas, (3) pero que tampoco deja de estar relacionada con la previa disposición, ni con la previa visualización o presciencia.
Encontramos su relación con el decreto divino cuando san Pablo dice a los efesios: predestinados según el designio de quien realiza todo con arreglo al consejo de su voluntad, y también cuando el apóstol Pedro declara en uno de sus sermones: para llevar a cabo cuanto tu mano y tu designio habían previsto que ocurriera. Además, encontramos su relación con la salvación de algunas personas en diversos textos, un ejemplo claro es en los Hechos de los apóstoles, en que san Lucas escribe: Todos los días el Señor incorporaba a los que habían de salvarse, y por supuesto, lo que san Pablo dice a los romanos en su epístola, que a los que antes conoció, también los predestinó… y a los que predestinó, también los llamó, y a los que llamó, también los justificó, y a los que justificó, también los glorificó. De modo que las dos relaciones de la bendita predestinación se hallan claramente unidas cuando analizamos las Escrituras, por ejemplo, en la misma carta a los romanos, san Pablo dice: sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas ayudan para bien, a los que son llamados conforme a su propósito, de ahí vemos que Dios pre-ordena todas las cosas en favor de sus elegidos, puesto que quienes son llamados conforme al propósito de Dios, es porque ya han sido predestinados por Él. De este modo vemos ambas relaciones por separado, pero cómo éstas están claramente unidas, y no pueden separarse la una de la otra. Dios ha decretado todas las cosas, y en su eterno decreto, ha dispuesto salvar a algunos, y lo ha predeterminado, de manera que nada estorbe su propósito. Ahora bien, esta predestinación no puede confundirse con la previa disposición —como antes mencioné—, ni con la presciencia. Sin embargo, estas están estrechamente ligadas en el decreto divino. Por ese motivo es que el apóstol dice: a los que antes conoció, pues sin su presciencia amorosa, no puede predestinar. Esta presciencia no es en virtud de méritos, jamás la Biblia revela tal torcedura de la revelación divina, pues como bien sabemos, nos salvó, no por las obras justas que hubiéramos hecho nosotros, sino por su misericordia, mediante el baño de la regeneración y de la renovación en el Espíritu Santo. Si pues, toda la Escritura revela que somos salvos no en virtud de nuestros méritos, sino por la gracia ¿Qué nos puede hacer pensar que Dios nos escogió en base a la presciencia de algún mérito nuestro? Bien decía Agustín que en nada se diferencia esta afirmación de la de Pelagio. La presciencia, pues, debe entenderse como lo que su significado verdadero y lingüístico nos enseña. La palabra ρογινώσκω proginósko se refiere a un conocimiento de antemano, pero no a cualquier clase de conocimiento, sino a un conocimiento amoroso y tierno, a un conocimiento lleno de caridad divina. No en conocer como yo conozco al panadero de la cuadra, sino en conocer íntimamente, es que esta presciencia se basa. Dios no tiene en su amorosa presciencia a los réprobos, sino a los elegidos. A estos Dios los conoce de antemano perfectamente, y los conoce amorosamente, pues es lo que la palabra proginósko quiere decir. Fíjense en lo que el puritano Matthew Henry dice acerca de esto: Los consejos y decretos de Dios no se oponen a la voluntad frágil e inconstante de los hombres; no, la presciencia de Dios sobre los santos es la misma que el amor eterno con que se dice que los ha amado. El hecho de que Dios conozca a su pueblo es lo mismo que el hecho de que lo posea. Las palabras de conocimiento a menudo en las Escrituras denotan afecto; así aquí: «Elegidos según la presciencia de Dios» (1 Pe. 1:2). Y la misma palabra se traduce por «predestinados» (1 Ped. 1:20). «A quienes conoció de antemano», es decir, a quienes designó como sus amigos y favoritos. Te conozco por tu nombre, dijo Dios a Moisés (Éx 33:12). Y a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a ser conformes a Cristo. Así pues, nos damos cuenta de que la presciencia está estrechamente ligada a la predestinación divina, mas no porque Dios haya conocido previamente las buenas obras de cada quien, y en base a ese conocimiento haya predestinado a sus escogidos, dicha idea ya la hemos refutado. Más bien, comprendemos de la presciencia que es aquel conocimiento amoroso por el cuál Dios se acerca a aquellos a quienes Él, en su santa y perfecta voluntad, se ha decidido, por el buen afecto o beneplácito de su voluntad, predestinar para la vida eterna. Y de este modo queda establecido el segundo punto acerca de los conceptos de la bendita predestinación.
De la reprobación
Así pues, como vemos, la predestinación debe ser causa de alegría para todos aquellos elegidos que se han acercado a la Jerusalén celestial, a la iglesia del Dios vivo. Sin embargo, como este evangelio es olor de vida para muchos, para otros es olor de muerte. Por este motivo muchos se preocupan, pensando más en aquellos que se pierden, que en la bienaventuranza de haber sido escogidos por Dios. Muchos buscan cualquier manera de criticar a Dios, creyendo ellos ser mejores dioses, o pensando que ellos harían mejor el trabajo de Dios. Queridos amigos, en nada debemos cuestionar a Dios, pues todo lo que hace, lo hace perfecto, no en vano dijo el apóstol: ¡Hombre, quién eres tú para contradecir a Dios! ¿Acaso le dice la vasija al que la ha moldeado: «Por qué me hiciste así»? ¿Es que el alfarero no tiene poder sobre el barro para hacer de una misma masa una vasija, bien sea para usos nobles, bien para usos viles? Es evidente entonces, que Dios tiene el poder y el derecho de hacer como bien le parezca, pues Él es Dios. Así como ninguno se atreve a cuestionar las decisiones de los reyes terrenales, ninguno puede cuestionar las decisiones del único y soberano Dios, Rey de reyes. De este modo, como Dios se propuso salvar a una cantidad de personas, debemos argüir que también se propuso no salvar a otros. En palabras de la asamblea de Westminster: «Al resto de la humanidad por su pecado, agradó a Dios pasarla por alto y destinarla a deshonra e ira, según el inescrutable consejo de su propia voluntad, por el cual extiende o retiene misericordia como a Él le place para la gloria de su poder soberano sobre las criaturas, para la alabanza de su gloriosa justicia». Nótese que Dios no decide arrojar a las personas al infierno por ningún motivo, Él se decide predestinar a unos para salvación, y no predestinar a otros para salvación. Es a esto lo que llamamos la doble predestinación. No que Dios haya predestinado a unos para perdición, sino que decidió no predestinar a unos para salvación, pasándolos por alto y no perdonando sus pecados, ni concediéndoles su gracia. Es por esto que podemos decir que Dios ha predestinado a unos para vida, y a otros para muerte; no en virtud de que Dios haya obrado activamente el mal en los corazones de los injustos, sino que los dejó a sus anchas, esclavizados en el pecado que ellos mismos escogieron, y que de ningún modo Dios los coaccionó, sino que más bien los ignoró, permitiendo así la perdición de los mismos. Esto es a lo que Calvino denominó el decreto espantoso, por lo terrible de su realidad. Algunos piensan que no existe ninguna base bíblica para decir esto, sin embargo, existen muchos textos bíblicos que nos dan luz sobre este decreto, uno de ellos es el que leímos anteriormente en Romanos 9, allí san Pablo hace referencia a los vasos de misericordia y los vasos de ira, preparados para perdición. Del mismo modo, san Pedro dice que para los falsos maestros está reservada la oscuridad de las tinieblas, y el mismo apóstol, refiriéndose a los judíos que rechazaron a Cristo, dice: Piedra de tropiezo, y roca de escándalo. Porque tropiezan en la Palabra, siendo desobedientes, para lo cual fueron también destinados. Todos estos pasajes revelan resueltamente que Dios ha decidido, por su perfecta y soberana voluntad, pasar por alto a algunos, dejándolos en sus pecados, y no dándoles su gracia.
La gloria de Dios revelada en la Predestinación
Ahora bien, continuando con la hermosura de la doctrina de la predestinación, debemos ir un poco más profundo y preguntarnos por qué Dios decidió escoger a ciertos individuos ¿Qué vio en ellos? ¿Qué tenían de especiales? ¿Para qué los escogió y por qué? La respuesta a todos estos cuestionamientos puede verse expresada en una frase: todo lo hizo para su gloria.
Queridos hermanos, Dios no hace nada que no lo glorifique. Dios es el único digno de toda gloria, por este motivo los serafines han dicho que toda la tierra está llena de su gloria. Él mismo ha revelado en su Palabra que el motivo por el cuál ha llevado a cabo este decreto no es otro sino su propia gloria. Leamos a san Pablo, y veamos lo que dice: nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza y gloria de su gracia, es decir, nos predestinó para ser alabado, para recibir toda gloria, y para recibir todo el honor. Nótese que cuando la Biblia habla de la salvación de los hombres, jamás pone de relieve algo que el hombre haya hecho, sino que todo se lo atribuye a Dios. Miremos nuevamente al apóstol: Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos dio vida en Cristo, de manera que, a pesar de no ver nada especial en nosotros, nos conoció previamente, como hemos mencionado anteriormente, nos escogió en amor y en Cristo, y en base a su previa elección, nos infundió nueva vida por medio del Espíritu Santo. Nótese que esta bendita obra es hecha por el Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, las tres personas del único y glorioso Dios interactúan perfecta y soberanamente en la salvación de los hombres, para que sus designios se cumplan, y para llevar a sus elegidos a la vida eterna.
El rey David, inspirado por el Espíritu, escribió: «Todavía informe, me veían tus ojos, pues todo está escrito en tu libro, mis días estaban todos contados, antes que ninguno existiera». Este texto revela tanto la presciencia amorosa de Dios, como su predestinación, pues así como ya Dios conocía todos sus pasos y todos sus días, fue Él quien los decretó y ordenó en su perfecta voluntad, pues como dice el profeta: «¿Quién dijo algo y sucedió sin que el Señor lo decretara?», es esta santa y perfecta predestinación divina la que dispone que todas las cosas sucedan como suceden, pero es más gloriosamente revelada en la salvación de los hombres, pues allí se nos muestra como la plenitud del amor de Dios. ¿Qué otra cosa puede demostrar más el amor de Dios que la predestinación? Comprender el misterio de que, a pesar de nuestra miseria espiritual, nuestra vida blasfema y repulsiva, nuestro horrible pecado, y nuestra indignidad, Él nos escogió, es algo que revela el amor de Dios en todo su esplendor. No hay ninguna duda de que la predestinación fue, es y será una doctrina muy disputada, pero, como dijo Spurgeon: podrás estar en desacuerdo con la palabra predestinación, pero jamás podrás borrarla de la Biblia. Aprendamos a amar esta hermosa doctrina, por la cual somos humillados hasta el suelo, y podemos comprender que no merecemos nada, y aun así, Dios nos dio todo su amor, y nos concedió misericordia gratuita. Alabado sea el Señor, pues su amor sobrepasa todo entendimiento humano, y su misericordia no tiene fin. Bendito sea el Señor, por los siglos de los siglos, y bendito sea su santo y perfecto decreto. Bendita sea la gloriosa predestinación del Señor, y benditos los santos escogidos del Rey de reyes. Amén.
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