La predicación de los falsos contra la de los verdaderos
1 Reyes 22:5-28
Algo notorio en este pasaje es la realidad tan profunda en la que vivían los verdaderos profetas del Antiguo Testamento: una lucha constante en contra de los falsos profetas. Para nadie es un secreto que estos falsos profetas han resurgido en nuestros tiempos, trayendo toda clase de "revelaciones del Espíritu" y "profecías" que simplemente buscan desviar al pueblo del Señor y distraerlo de la revelación que Dios ya dio.
Notemos algo interesante del texto, pues Josafat dice: «¿No queda aún aquí algún profeta del Señor, para que lo consultemos?», vemos que ya el hombre de Dios, a pesar de haberse juntado con el impío Acab, no había perdido todo el discernimiento, pues comprendió que todos los "profetas" que el rey había convocado no eran más que simples marionetas.
Fijémonos en la respuesta de Acab: «Todavía queda un hombre por medio de quien podemos consultar al Señor, pero lo aborrezco», la respuesta de todos los que desconocen al Señor es un rechazo abierto y odio a su Palabra y mandatos. Ningún impío quiere dejarse gobernar por la Palabra del Señor, y todos los falsos profetas tergiversan la preciosa revelación que Dios ha dado a su propia conveniencia, por eso el santo apóstol Pedro dice: «que los ignorantes e inestables tuercen, como también tuercen el resto de las Escrituras, para su propia perdición».
Sedequías, el falso profeta, solo proclamaba bendiciones y cosas buenas para Acab. De manera similar, los falsos profetas del presente constantemente profetizan bienes, riquezas y salud, declarando y decretando bendiciones, como si tuviesen algún tipo de autoridad celestial. Pero la realidad que esperaba al rey era completamente diferente. Asimismo, los falsos profetas pueden declarar muchos bienes, pero, como dice Pedro: «Estos son manantiales sin agua, bruma impulsada por una tormenta, para quienes está reservada la oscuridad de las tinieblas».
Cuando Micaías, el siervo y verdadero profeta del Señor, dice la profecía que el Señor le había dado, el primero que reaccionó fue precisamente el falso profeta Sedequías. Hoy día, los primeros en reaccionar súbitamente contra la sana doctrina de la Palabra de Dios son los falsos profetas. Ellos no pueden soportar que la verdad de Dios sea proclamada, pues ellos no conocen a Dios. Buscarán todas las formas posibles para censurar la verdadera revelación divina, aunque nunca lograrán su cometido, pues el Señor ha prometido: «El cielo y la tierra pasarán, pero Mis palabras no pasarán».
Lamentablemente, lo que abunda en los pseudo profetas de este tiempo es el mismo espíritu de mentira que hubo en los tiempos de Micaías. Sin embargo, es necesario comprender que el espíritu es enviado por el mismo Dios. El apóstol Pablo dijo: «Es preciso que entre vosotros haya divisiones, para que se pongan de manifiesto entre vosotros los que son aprobados», es decir: el Señor permite los falsos profetas para que sepamos quiénes son los verdaderos creyentes. El Señor Jesús dijo: «Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco, y me siguen», pero también dijo: «Pero al extraño no seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Los falsos profetas hablan con espíritu de mentira, y los falsos creyentes los escuchan, porque no conocen la voz del buen pastor. Sin embargo, los verdaderos fieles conocen la voz de su pastor: Jesucristo, el buen pastor y príncipe de los pastores, a Él debemos oír, pues, contrario al espíritu de mentira que domina a los falsos profetas, Él camina bajo un Espíritu septiforme cuyos dones son: sabiduría, inteligencia, consejo, poder, conocimiento y temor de Jehová (Isaías 11:2), pero además, es el Espíritu de verdad (Juan 15:26), el cual no tiene nada que ver con la mentira. El diablo es el mentiroso desde el principio, y así como el diablo miente, los falsos profetas, quienes son hijos suyos, quieren imitar las obras de su padre (Juan 8:44).
Por muy mal que nos vaya predicando la verdad de la Palabra de Dios, la confianza en el Señor no debe apartarse de nosotros. Así como Micaías estuvo confiado en que había proclamado la Palabra de Dios, así nosotros, si somos fieles a la Escritura y proclamamos su verdad, podemos confiar en que estamos cumpliendo con la voluntad de Dios. Para concluir, san Atanasio dijo: «Los escritos santos y divinamente inspirados son únicos y suficientes en sí mismos para dar a conocer la verdad». Esforcémonos por preservar la verdad del Señor, y proclamarla sin temor, pues a eso nos mandó Jesús.
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