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Comentario sobre Ignacio a los Efesios

 


Introducción

(Comentario en construcción).

    Desconocemos sobre la conversión de Ignacio, o de cómo fue su vida pasada. Lo que sabemos de la vida de Ignacio es de sus últimos días en este mundo, y es lo que escribe en las siete cartas que comentaremos. San Eusebio muestra en su historia eclesiástica que Ignacio fue el sucesor de san Pedro como obispo de Antioquía, siendo el segundo obispo de esta iglesia.

Debido al testimonio de Cristo en Ignacio, los romanos lo apresaron y lo condenaron a morir en las garras de fieras salvajes. Eso retrata Eusebio (H.E. III, 36). Entendiendo esto, el contexto en el que Ignacio escribe estas cartas era en su viaje a Roma, recibiendo visitas de diferentes obispos, presbíteros y diáconos. En todas sus cartas anima, exhorta y sugiere a las iglesias, nunca impone. Esto es distintivo de los padres apostólicos, ellos no pretendían hacer nada nuevo, sino seguir siendo fieles a la tradición de los apóstoles y de Cristo.

Antes de comenzar con el comentario, debemos informar que el texto que usamos para comentar es uno propio, editado bajo la estricta revisión de diferentes versiones serias como las de CLIE, Ciudad Nueva, BAC, Apostolado Mariano, entre otras. Agradecemos a los lectores buscar un texto propio, preferiblemente los de la editorial CLIE o Ciudad Nueva. En los comentarios no se citará mucho a otros padres, debido a que el objetivo es comparar la teología de los padres con la presentada en la Escritura. El comentario, cabe destacar, funciona de la siguiente manera: el texto en negrita es el texto de la epístola, mientras que el texto normal es el comentario. Esta regla es seguida con algunas excepciones necesarias dentro del comentario. Para identificar dichas excepciones, irán acompañadas de un asterisco (*).

Además, todas las citas bíblicas mencionadas son tomadas de la versión Reina Valera Revisada de 1977, de editorial CLIE. Texto bíblico tomado de La Santa Biblia, Reina Valera Revisada® RVR® Copyright© 2018 por HarperCollins Christian Publishing® Usado con permiso. Reservados todos los derechos en todo el mundo.

Comentario

—INTRO: Ignacio, llamado también Teóforo. El obispo revela su sobrenombre, algo común en esa cultura y época. Así como hoy acostumbramos a ponernos apodos, también era común hace dos mil años. Sin embargo, este no era cualquier sobrenombre, sino uno particularmente hermoso, que quiere decir portador de Dios. Cualquiera se sentiría dichoso de ser llamado así. A la que ha sido bendecida en abundancia por la plenitud de Dios Padre, predestinada antes de los siglos para una gloria permanente e inmutable, firmísimamente unida y escogida en una verdadera pasión, por la voluntad del Padre y de Jesucristo, Dios nuestro. Rápidamente nos percatamos del estilo apostólico y epistolar utilizado por el ilustrado Ignacio. Se nota la educación apostólica que recibió probablemente del apóstol Juan, y su estilo de redacción es muy parecido tanto al de Juan como al de Pablo. La realidad teológica expresada por Ignacio en este pasaje nos muestra una verdad muy profunda. Es posible que Ignacio haya estado pensando en textos como Efesios 1:3-14, 2 Timoteo 1:9 o incluso Tito 1:1-3. Ignacio dice claramente que la iglesia de Éfeso había sido predestinada por Dios el Padre y Jesucristo para una gloria permanente e inmutable. Claramente Ignacio hace alusión a la doctrina de la predestinación, encontrada también en la mayoría de cartas paulinas. El obispo reconoce que Dios, en su infinito conocimiento y poder, escogió desde antes de todos los tiempos a su iglesia. A su vez, vemos las implicaciones de la elección divina: una gloria permanente e inmutable. Dios no predestinó a su iglesia para permitirle la perdición, sino para la glorificación. Esta idea está reflejada en la cadena de oro (Romanos 8:29-30) de Pablo, y también en las epístolas petrinas (1 Pedro 1:1-2). Esta gloriosa predestinación se dio antes de los siglos, en aquel consejo divino del que Pedro hablaba (Hechos 2:23). Del mismo modo, sabemos que la predestinación de Dios no se trata de una simple elección y nada más; más bien, Dios trabaja como alfarero moldeando barro (Jeremías 18:6), por lo tanto, en su santa providencia, Él permite que sus elegidos en todo el mundo pasen por tribulaciones (1 Pedro 5:8-9). Esto nos revela un aspecto importante de la elección, y es que el sufrimiento es un instrumento que Dios usa en los creyentes para moldearlos a la imagen de Cristo Jesús (Filipenses 1:29). Asimismo, estos padecimientos perfeccionan la fe de los santos y ayuda a la iglesia del Señor a permanecer más unida (1 Pedro 5:10). La teología de la predestinación ignaciana tiene un énfasis en el sufrimiento cristiano y la unidad, revelando así dos facetas importantes de la voluntad de Dios. Ignacio llama Dios a Jesús, aspecto tanto joánico como paulino de su teología (Juan 20:28; Tito 2:13). Desde el principio de la historia de la iglesia, los creyentes tuvieron por segura la divinidad de Cristo. Aunque, si bien la teología trinitaria no había sido desarrollada de manera consistente como más adelante en Nicea y Constantinopla, los atisbos trinitarios en cada padre apostólico son más que evidentes.

A la iglesia que está en Éfeso de Asia, digna de bienaventuranza, saludos abundantes en Cristo Jesús y en un gozo inmaculado. El final del saludo inicial de la epístola es un hermoso halago que nos muestra una actitud digna de admirar. Ignacio, a pesar de estar pasando tanto sufrimiento, y conociendo su horrible condena, se gozaba y alegraba por ver el crecimiento de las iglesias. En este caso, su gozo se enfocaba en la iglesia de Éfeso, y posteriormente veremos que, en Éfeso, estaban siguiendo la doctrina apostólica como había sido dicha, por eso se alegraba.

—Cp. 1: He recibido con alegría en Dios vuestro amadísimo nombre, que habéis adquirido por vuestra naturaleza justa conforme a la fe y la caridad en Jesucristo nuestro salvador. Ignacio, al recibir las noticias de los efesios, se alegró en gran manera por la actitud y el buen testimonio de ellos. Los efesios gozaban de buena fama entre las iglesias, por eso se adquirieron un buen nombre y una buena reputación, ya que su conducta era intachable. Nótese que la naturaleza justa de los efesios no era según sus propias obras, sino según la fe y la caridad en Jesucristo. No hay capacidad de ser justos por mérito propio, sino por los méritos de Cristo (Romanos 3:24). El comportamiento justo del creyente debe descansar en los méritos de Cristo, y no debe haber de ninguna manera deseo de autojusticia. La naturaleza justa solo se adquiere por fe y amor en Cristo, y de ningún modo será por nuestras obras. Siendo imitadores de Dios, y habiendo sido reanimados en su sangre, habéis acabado perfectamente la obra que os es congénita. Aquí hay aspectos teológicos sumamente interesantes. Los efesios eran imitadores de Dios, pero no por sus fuerzas, sino porque habían sido reanimados en la sangre de Dios, y porque ya Dios los había seleccionado para ello, por eso Ignacio les dice que aquella obra les era congénita, pues habían nacido con ella, ya que Dios se las asignó desde antes de la fundación del mundo (Efesios 2:10). Además, el principio de la consustancialidad es encontrado en este texto, pues Ignacio habla de la sangre de Dios, que es por implicación, la sangre de Cristo. La doctrina de la regeneración está aquí presente, y nótese que Ignacio dice que los creyentes son vivificados en la sangre de Dios, es decir, en la de Cristo, sin embargo, Ignacio no era ignorante de que había sido Cristo quien murió en la cruz, Él le llama Dios a propósito para reafirmar su postura en cuanto a la divinidad de Cristo. Todos nosotros hemos sido regenerados por la Palabra de Dios, pero, sin la sangre de Cristo, esto es, su sacrificio, la obra de salvación no hubiera sido posible en nosotros. Es por eso que todas las bendiciones que Dios nos ha dado (Efesios 1:3-14) han sido en Cristo.

    Os apresurasteis en venir a verme apenas supisteis que venía yo, desde Siria, cargado de cadenas, por amor del Nombre y esperanza comunes, confiando que, por vuestras oraciones, lograré luchar en Roma con las fieras para poder de ese modo ser discípulo. Vemos la actitud de los efesios, la cual era claramente la actitud que todos los cristianos deberíamos adoptar al escuchar que alguno de nuestros hermanos está padeciendo. Así como los filipenses ayudaron a san Pablo en todo (Filipenses 4:15-18), así los efesios buscaron ser de apoyo fiel al obispo antioqueño. Notamos desde aquí la firme teología del sufrimiento que Ignacio tenía. Él no sufría por sí mismo, sino que lo hacía por amor del nombre y esperanza comunes. Del mismo modo que el buen cristiano, en el famoso cuento de Juan Bunyan, sufría en su peregrinaje y batallaba con toda clase de calamidades como el demonio Apolión, así el cristiano de la vida real sufre y sufrirá todo tipo de padecimientos, pero esto no es sin algún propósito aparente, sino que es por amor de Cristo y la esperanza que tenemos en Él. El Señor dijo: «Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo». De manera que la teología de la cruz temprana reflejada en esta carta es tan profunda que nos revela la realidad del caminar cristiano. Todo lo que hacemos los cristianos debemos hacerlo por amor del nombre de Él, no buscando recompensa para nosotros, sino para que Él sea glorificado (3 Juan 6); y todo lo que hacemos los cristianos debe ser hecho con esperanza, sabiendo que, a su tiempo, vamos a cosechar (Gálatas 9-10). Ignacio creía que su perfección sería alcanzada solo si moría por Cristo, de manera que la meta de su vida era darla por amor al Señor. Tal vez Ignacio haya tenido siempre presente lo que el Señor decía a sus discípulos: «Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues hemos hecho lo que debíamos hacer».

    Es así que os he recibido a todos vosotros en el nombre de Dios, en Onésimo. Es decir, Onésimo había ido a visitarlo, y él recibió a toda la iglesia de Éfeso en su obispo como representante de ellos. Cabe destacar que Onésimo es el mismo que san Pablo menciona en su carta a Filemón. Este ex esclavo creció tanto en el Señor que se convirtió en un gran obispo, testimoniado también por san Eusebio en su historia eclesiástica. Eusebio relata: Así, estando en Esmirna, donde se encontraba Policarpo, escribió una carta a la iglesia de Éfeso, mencionando a su pastor Onésimo. De manera que encontramos un relato temprano sobre la jerarquía eclesiástica, aunque no era tan marcada como lo fue más adelante en la historia. Varón de una caridad inexplicable, y que es vuestro obispo según la carne. No sabemos mucho de san Onésimo, sin embargo, el testimonio de Ignacio es claro, fue un hombre digno de ser llamado cristiano. Pido a Dios que le améis en Cristo Jesús y que os asemejéis a él. Dos puntos hay que destacar aquí: (1) El amor y cuidado que debemos tener por nuestros pastores, ya que ellos nos guían y nos llevan a la verdad (Hebreos 13:17). (2) La necesidad que tenemos de imitar a nuestros maestros, pues son hombres que, aunque falibles y con errores, buscan agradar a Dios en todo (Filipenses 3:17). Porque bendito sea Aquel que os ha concedido la gracia de ser dignos de tener un obispo semejante. El final del capítulo cierra con una alabanza al Dios Todopoderoso, quien es responsable de toda buena dádiva (Santiago 1:17), y por supuesto, es a Él a quien debemos dar toda gloria. Ignacio reconoce que el Señor ha sido muy bueno con los efesios, al haber puesto en el obispado a un hombre santo como Onésimo. Ningún hombre es perfecto, sin embargo, los hombres escogidos por Dios son santificados por Él y perfeccionados en el amor suyo. Además, la Palabra de Dios santifica a sus hijos (Juan 17:17), por lo tanto, el Señor se encarga de poner hombres fieles como maestros y pastores de su pueblo (2 Timoteo 2:2; Hechos 20:28), que se encarguen de alimentar con buenos pastos a las ovejas, y que las guíen al príncipe de los pastores, al obispo de nuestras almas.

    —Cp. 2: Con respecto a Burro, mi consiervo, vuestro diácono según Dios, bendecido en todas las cosas, ruego que permanezca a mi lado para honra vuestra y de vuestro obispo; también Croco, hombre digno de Dios y de vosotros, a quien he recibido como muestra de vuestra caridad, que me ha consolado en todo. Quiera así el Padre de Jesucristo consolarle también a él, junto con Onésimo, Burro, Euplo y Frontón, en cuyas personas vi a todos vosotros según la caridad. Ojalá pudiera disfrutar de vosotros siempre, si fuera digno de ello. Así pues, conviene que en todo lugar glorifiquéis a Jesucristo que os ha glorificado para que, reunidos en una misma obediencia, sometidos al obispo y al presbiterio, seáis santificados en todo. Todo el texto del segundo capítulo es muy largo para ser comentado en una sola sentencia, sin embargo, podemos destacar puntos clave del texto, puesto que la teología presentada en el capítulo no es tan abundante. (1) San Ignacio reconoce a Burro como su consiervo, a pesar de ser él un obispo y Burro un diácono. Ignacio no hacía distinción, pues sabía que el Señor nos ha llamado a todos a ser siervos suyos. Sin embargo, Ignacio reconoce una jerarquía eclesiástica, la cual no busca imponer, como veremos más adelante. Ignacio afirma que, de alguna manera, si Burro permanecía con él, la iglesia de Éfeso sería honrada; tal vez esto tenga que ver con el apoyo que las iglesias deben dar a todos los santos, y por su parte la honra sería la bienaventuranza que Dios garantiza a los que practican dicha justicia. (2) El obispo llama a Croco digno de Dios, pero ¿en qué sentido? Evidentemente no sería en el sentido de haber sido digno de la gracia de Dios, pues esa no la merecemos, sino que es un regalo divino (Tito 3:5). Más bien, lo dice en el mismo sentido que el autor de Hebreos hablando de los héroes de la fe: el mundo no era digno de ellos (c.11:38). Por digno de Dios y de vosotros Ignacio se refiere a que, por su piedad, Croco merecía cosas buenas, ya que era un hombre temeroso del Señor. Este hombre se encargó de consolar a Ignacio, y por eso él desea que Croco sea bendecido y prosperado por el Señor (3 Juan 2) junto con los demás hermanos que fueron a visitarle. (3) Ignacio relata el deseo que tiene de estar con ellos siempre, pero reconoce que no se trata de su deseo, sino de la voluntad de Dios. (4) Ignacio hace un llamado a dar gloria a Cristo en todo, pues Él nos glorificó a nosotros. Es una afirmación llena de potencia y hermosura. Saber que el Señor Jesucristo pagó por nosotros y nos compró a precio de sangre, haciéndonos libres del pecado y la maldad, y que nos sentó junto a Él en los cielos (Efesios 1:3, 2:6) es algo que debe llevarnos a alabar en todo tiempo a nuestro trino Dios. El antioqueño revela un aspecto eclesiológico importante, y esto es que, en las reuniones (cultos) todos estén sujetos al obispo y al presbiterio, y que todos se unan para alabar el nombre de Cristo. De esta manera, preservando la unidad y la obediencia en la iglesia, todos serán santificados, pues harán caso del mandato del Señor por medio de san Pablo: que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima con amor por causa de su obra. Tened paz entre vosotros. Aunque todos somos ovejas de su prado, el Señor ha preparado hombres para guiar a su pueblo. Nosotros debemos respetar y obedecer a nuestros pastores, a no ser, claramente, que ellos no obedezcan a la Palabra de Dios. Debemos someternos a su gobierno, siempre y cuando, ellos sean gobernados por la Sagrada Escritura, que es la Palabra de Dios. De no ser así, el Señor claramente ha establecido parámetros que la iglesia debe seguir (Mateo 18:15-20; 2 Juan 9-11).

    —Cp. 3: No os doy órdenes como si fuera alguien. San Ignacio reconoce su posición con respecto a la de los apóstoles. Él sabe que no es su labor establecer el fundamento, pues solo los apóstoles contaban con la autoridad debida para hacer eso (Efesios 2:20). El papel de Ignacio era instruir a la iglesia del Señor, mas no establecer nada, pues bien dijo san Pablo: a fin de que de nosotros aprendáis lo de no propasarse de lo que está escrito. En su carta a los magnesianos, Ignacio mismo dice: No os doy yo mandatos como Pedro y Pablo. Ellos fueron Apóstoles; yo no soy más que un condenado a muerte; ellos fueron libres; yo, hasta el presente, soy un esclavo. De manera que Ignacio conoce muy bien su posición como subordinado a los apóstoles, y reconoce que sus escritos no tienen en manera alguna la misma autoridad que la de ellos. Así debemos tomarlos también nosotros. Porque si bien estoy encadenado por el Nombre, no he sido hecho perfecto en Jesucristo todavía. El sufrimiento trae reconocimiento para con el Señor, pues a nosotros se nos ha concedido sufrir por Él. De manera que sufrir y padecer por causa de Cristo son medios usados por el Señor para llevarnos a la estatura del varón perfecto. Sin embargo, nunca en esta vida llegaremos a la perfección, siempre cargaremos con el pecado y la naturaleza pecaminosa. En la sana doctrina no hay cabida para una "perfección cristiana", ya que la cosmovisión cristiana asume el hecho de que el hombre es imperfecto, aún cuando ha sido salvado por el Señor Jesucristo. La supuesta perfección cristiana no es más que pelagianismo disfrazado de piedad. Solo alcanzaremos la perfección cuando estemos en presencia del Señor. Ahora, en efecto, estoy empezando a ser discípulo suyo, y a vosotros os hablo como a mis condiscípulos. ¿Cómo podía Ignacio decir que estaba empezando a ser un discípulo suyo si llevaba años pastoreando la iglesia en Antioquía? ¿Cómo podía él verse a sí mismo como como si estuviese empezando a ser discípulo ahora? Esto debe entenderse en función del contexto. Evidentemente, Ignacio ya era un discípulo de Cristo, y sin embargo, lo que dice no deja de ser verdad. Todos los días los creyentes verdaderos estamos comenzando a ser discípulos suyos, porque la vida cristiana consiste en un aprendizaje constante, y en hacernos como niños. La humildad debe ser uno de los distintivos del cristiano, y, a pesar de toda la autoridad que se pueda tener, ningún hombre debe actuar engreídamente. San Pedro dijo a los ancianos de las iglesias de la dispersión: ni como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. De manera que todos somos discípulos de Cristo, y cada día estamos comenzando a ser discípulos. Este peregrinaje se basa en aprender a ser discípulo, y en hacerse como niño. No hay lugar para el orgullo en el cristianismo. Más bien yo debería ser entrenado por vosotros en fe, exhortación, paciencia y longanimidad. Ignacio reconoce su imperfección, tal como el apóstol Pablo en Romanos 7. El comentario del pasaje anterior podría aplicarse de igual modo a este. Para añadir, la palabra entrenado usada en nuestra versión es literalmente en griego la palabra para ungido. Esto da a entender que Ignacio ve la fe, la exhortación, la paciencia y la longanimidad como un ungüento que necesita aplicarse, mas no por sí mismo, sino por otros. Él reconoce que le falta crecer en estos aspectos. Todos somos imperfectos e incompletos, de manera que necesitamos el apoyo de nuestros hermanos en la fe para seguir creciendo, por eso el autor de Hebreos dice: Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras.

    Mas ya que la caridad no me permite callar acerca de vosotros, por eso me adelanté a exhortaros a que corráis todos en armonía con el pensamiento y sentir de Dios. El verdadero amor no deja pasar la exhortación. Bien lo dice Salomón: Porque Jehová al que ama reprende, Como el padre al hijo a quien quiere. Si sabemos que Dios, por amor, reprende y disciplina a todos sus hijos, ¿Cuánto más nosotros deberíamos reprendernos y exhortarnos unos a otros en amor? El propósito de la exhortación no es avergonzar, sino corregir e instruir, a fin de que todos, como el cuerpo de Cristo, seamos mutuamente edificados. La corrección que se hace de manera bíblica está repleta de amor, pues es el amor lo que nos lleva a corregir a nuestros hermanos. El amor nunca callará respecto de la exhortación, más bien, el amor nos anima a exhortarnos mutuamente. Cabe destacar que la exhortación de Ignacio hacia los efesios era que corrieran en armonía con el pensamiento y sentir de Dios. Porque Jesucristo. Cristo es la causa de la exhortación. Vivir nuestro del que nada ha de ser capaz de separarnos. Nuestra vida está en Cristo, de manera que nada puede separarnos de su amor (Romanos 8:38-39). Estamos ligados a Jesús, que es el camino, la verdad y la vida, de tal modo que nada nos puede separar de Él. Un verdadero creyente jamás podrá separarse de Jesús, puesto que la mano de su buen pastor lo sostiene y preserva de tal modo que si aún se pierde o descarría del camino, Él sale a buscarlo, dejando todo el rebaño por ese solo creyente (Mateo 18:10-14; Juan 10:28). Es el pensamiento del Padre, como también los obispos, establecidos hasta los confines de la tierra, están en el pensamiento de Jesucristo. Volvemos al contexto del discurso ignaciano. Debemos andar en armonía con el pensamiento de Dios, porque así como Jesucristo es el pensamiento del Padre, así todos los pastores fieles están en el pensamiento de Dios. La teología de Ignacio revela que parte de estar en acuerdo con el sentir de Dios se demuestra con estar en acuerdo con el sentir del obispo. Si bien podríamos decir que correr en armonía con el pensamiento y sentir de Dios es ser fieles a su Palabra —y estoy seguro de que Ignacio también creía eso—, lo que en realidad quiere decir Teóforo es que toda iglesia local debe ser fiel a sus gobernantes, a saber, para Ignacio, el obispo y el presbiterio. Una de las características de las verdaderas iglesias no solo es tener pastores fieles a la palabra de Dios, sino también miembros fieles a sus pastores. La verdadera iglesia apoya a sus pastores en todo lo que puede, incluso la segunda confesión de Londres lo dice: es la responsabilidad de las iglesias a las que ellos ministran darles no solamente todo el respeto debido, sino compartir también con ellos todas sus cosas buenas, según sus posibilidades, de manera que un rebaño fiel es fiel no solo al buen pastor (Jesucristo), sino también a los pastores designados por el buen pastor (los obispos o ancianos). El mandato de la Escritura es claro: Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, principalmente los que trabajan en predicar y enseñar. Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario. Ahora bien, todo creyente debe estar firmemente arraigado al pensamiento de Dios, a saber, los revelado en su Palabra. Todo lo que Dios reveló en su Palabra es su pensamiento, y Cristo, el Verbo de Dios, es el pensamiento del Padre. De manera que se cumple lo dicho por el autor de Hebreos: en estos últimos días nos ha hablado en [el] Hijo. Cristo es la revelación final de Dios, de manera que toda la revelación de Dios es la Palabra de Cristo. Debemos vivir en armonía con esa Palabra, y que donde ella calle, nosotros callemos, y donde ella hable, nosotros hablemos. Como dijo Tertuliano: Que la tendencia de Hermógenes pruebe aquello que de antemano está escrito; o, si no está escrito, que tema la maldición proferida contra aquellos que se atreven a añadir o quitar.

    —Cp. 4: Por tanto, os es provechoso andar en unidad de pensamiento con vuestro obispo, como bien hacéis. Como mencioné anteriormente, el pensamiento de Ignacio promueve un ecumenismo sano. La verdadera unidad eclesial es la que debe ser promovida, sobre todo en esta era en la que dentro de la iglesia se ha infiltrado tanto el cisma y el sectarismo. Eso sí, la verdadera unidad es en la iglesia*. El Señor ciertamente nos mandó a amar a nuestro prójimo, sin embargo, Él estableció un claro parámetro para no andar en yugo desigual (2 Corintios 6:14): “Cualquiera que se aleja, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése tiene tanto al Padre como al Hijo (2 Juan 9)”. Debemos procurar la unidad de la iglesia, no de la iglesia con otros organismos totalmente ajenos a la verdad cristiana. La Escritura prohíbe todo intento de esto (2 Juan 10). Ignacio resalta la unidad de pensamiento con el obispo, de manera que continúa con la idea mantenida antes. Él insta a los efesios a ser unidos a su obispo, de manera que caminen en todo junto a él. Porque vuestro presbiterio, digo de tal nombre, digno de Dios, armoniza con el obispo como las cuerdas con la cítara. Aquí vemos, además de la exhortación a mantenerse en unidad con el obispo, una hermosa analogía. Como músico, debo decir que sentí una grata satisfacción al ver como este hombre de Dios compara la unidad eclesial con la música. Asimismo, notamos la idea que san Ignacio promueve sobre la unidad eclesial, esto es, el andar en armonía todos, desde el cuerpo ministerial hasta el hermano más humilde; desde el líder de la congregación hasta el menor de los miembros. Por ello, en vuestra concorde y armoniosa caridad Jesucristo canta. Esta pequeña oración es una afirmación breve pero poderosa. El autor de hebreos hace una afirmación similar cuando dice: Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, En medio de la congregación te cantaré himnos (Hebreos 2:11-12). Se nos afirma a través de esta sentencia que Cristo, nuestro Señor, se goza cuando la iglesia permanece en unidad. Y sed cada uno de vosotros un coro, a fin de que, armoniosos en la concordia y tomando el tono de Dios, cantéis con una sola voz por medio de Jesucristo al Padre. Nuevamente resaltamos aquí la analogía musical de san Ignacio. Qué hermosa manera de mostrar la manera en que la iglesia debe estar unida, ¡Como un coro! De modo que en esa armonía podamos todos juntos, como una sola iglesia, ofrecer una adoración genuina al Rey de reyes y Señor de señores. Es por la unidad y la concordia que podemos estar en armonía con el Señor Jesús, Porque allí envía Jehová bendición, Y vida para siempre (Salmo 133:3). Y es por medio de estar en armonía con el Señor Jesús, que podemos cantar al Padre, es decir, permanecer en Él, por eso el obispo continúa diciendo: para que os escuche y reconozca, por vuestras buenas obras, que sois miembros de su Hijo. De manera que permanecer en unidad como iglesia nos llevará a permanecer en unidad con Jesucristo, lo que, a su vez, nos llevará a permanecer en unidad con el Padre. Este concepto de unidad puede transportarnos a la primera carta de Juan, en la que se nos dice: pero si andamos en la luz, como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7). Todos los verdaderos hijos de Dios permanecen en unidad con el cuerpo de Cristo, es decir, su iglesia. Los cristianos solitarios no existen, pues el Señor nos ha enseñado que, si andamos en verdadera armonía con Él, también andaremos en armonía con nuestros hermanos. La exhortación a la unidad termina así: Os es, pues, cosa buena permanecer en la unidad inmaculada, para que seáis siempre partícipes de Dios. Es necesario que, como iglesia del Señor, permanezcamos unidos. Son incontables los pasajes de la Escritura que nos mandan a estar en unidad, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. San Pablo dice: Porque así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así también nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, mas siendo cada uno por su parte miembros los unos de los otros. Amaos entrañablemente los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honor, dando la preferencia los unos a los otros (Romanos 12:4-5,10). Esta armonía y concordia solo puede llevarnos a algo: ser partícipes de Dios*. Cuando Ignacio nos muestra que estar en unidad y armonía con los hermanos es igual a ser partícipes de Dios, él demuestra su clara formación joánica. Tan solo miremos la similitud: En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios, y todo aquel que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. (1 Juan 3:16; 4:7,12b). Ignacio no hace sino repetir lo que aprendió de Juan. Estar en verdadera unidad con la iglesia del Señor Jesucristo es equivalente a ser de Dios. Ahora bien, esto no debe entenderse así: “si vas a la iglesia tendrás a Dios”, sino así: “Vas a la iglesia porque tienes a Dios”*. Estar en unidad y permanecer en la caridad armoniosa de Dios es fruto de tener a Dios, no al revés. Nosotros no estamos en unidad para tener a Dios, sino que estamos en unidad porque tenemos a Dios. Por eso Ignacio hace la equivalencia: Permanecer en unidad=permanecer en Dios, no porque permanecer en Dios sea el resultado de la unidad, sino que permanecer en la unidad es el resultado de permanecer en Dios. El apóstol Juan dice: El que ama a Dios, ame también a su hermano (1 Juan 4:21), y por todo el contexto de su carta, notamos que amar a nuestros hermanos y amar a Dios son dos cosas que van juntas, no pueden desligarse. Por eso también dice: el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (1 Juan 4:20), de manera que un verdadero amor a Dios siempre nos llevará a amar a nuestros hermanos, y si verdaderamente amamos a nuestros hermanos, es porque amamos a Dios. La unidad en la iglesia es el resultado de nuestra unión con Cristo, y a su vez, nuestra unión con el Padre. La exhortación a la unidad es tanto para la iglesia local como para la católica. Esto no es negociable. Si decimos que somos de Dios, pero nos comportamos como sectarios, no somos en realidad más que unos impostores. La iglesia debe estar unida, y con esto no me refiero a buscar la unidad con las falsas iglesias o las sectas, sino a procurar la unidad de la verdadera iglesia. Por mucha diferencia denominacional, procurar la unidad eclesial es de suma importancia, y más en estos tiempos.

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