El Verdadero Amor
El amor de Dios sobrepasa todo entendimiento. Usualmente, en las iglesias se acostumbra decir: que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde tu corazón y pensamientos en Cristo Jesús… Este texto se encuentra en la epístola de san Pablo a los filipenses, un pueblo que había conocido al Señor por medio de su predicación, y que estaban llenos de amor y temor por Él. Por esto, ellos buscaban ayudar a los hermanos, a los santos, y darles consuelo con amor. Ahora bien, nosotros, como cristianos, estamos llamados a llevar consuelo a todos cuantos podamos. Estamos llevados a hablar y llevar el amor de Jesús a todos cuantos podamos. Estamos llamados a compartir de la verdad a todos cuantos podamos. Y estamos llamados a predicar del Dios Consolador a todos cuantos podamos.
En base al texto que leímos, si decimos que la paz de Dios sobrepasa todo entendimiento ¿Cuánto más no sobrepasará todo entendimiento ese amor que procede de Dios? Porque lo dice el mismo san Pablo: «El amor nunca deja de ser» y «ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor es el amor». De manera que vemos por la Sagrada Escritura que el amor es un don de Dios, superior a todo don y a toda expresión humana. Pero cuando dije que el amor de Dios sobrepasa todo entendimiento, lo dije refiriéndome a aquel amor con que Dios nos ama. El amor de Dios es tan inmenso, que no puede calcularse, por eso dije que sobrepasa todo entendimiento. Hay un texto famosísimo de la Biblia, que nos revela el inmenso tamaño del amor que Dios tiene para con nosotros, y es el siguiente: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna». Si las Escrituras Divinas revelan que el amor de Dios es tan grande que entregó a su Hijo, a su único Hijo, a aquel a quien ama por sobre todas las cosas, y lo entregó por puro amor a nosotros, eso nos habla de lo inmensamente amoroso y bueno que es Dios.
Pocas veces nos ponemos a pensar en el amor de Dios, y a reflexionar en la incomprensibilidad de lo que eso implica. ¿Qué motivó a Dios a entregar a su propio Hijo por un montón de hombres y mujeres pecadores? Sin duda, la Biblia revela que fue por amor. El amor que sobrepasa todo entendimiento, un amor incomprensible, un amor que no es de este mundo. Sí, el amor de Dios es así, tan desinteresado y perfecto, tan dulce y misericordioso, tan justo y piadoso, tan glorioso y humilde; así es el amor de nuestro Dios.
Ahora bien, el Señor nos ha revelado la inmensidad y riqueza de su gran amor, pero no para simplemente leerlo y ya. Leamos lo que dice el apóstol san Juan en su primera epístola universal: «Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Juan 4:7-21).
Algunos dicen que el capítulo trece de la primera epístola de san Pablo a los corintios es el capítulo del amor. Yo, sin embargo, digo que este es el capítulo del amor. No por menospreciar los escritos de Pablo, pues toda la Escritura tiene el mismo valor, porque toda es inspirada por Dios. Con esto me refiero a que con mayor excelencia se destaca aquí el verdadero amor con el que un cristiano debe amar, y el motivo por el cual el cristiano ama. Nosotros, como seres humanos, somos criaturas caídas. Estamos rotos por el pecado, inclinados siempre a toda clase de mal, incapacitados para cualquier bien espiritual que convenga a nuestra alma. Sin embargo, el amor de Dios es tan fuerte y poderoso, que es capaz de darnos vida con Cristo, para así seguirlo y obedecerlo. Cristo habló de esto cuando dijo: «Ninguno puede venir a mí si no le fuere dado del Padre», con esto simplemente quiso decir que si el amor de Dios y su Santo Espíritu no intervienen primero en el impío corazón humano, entonces nunca buscará de Él. Es a esto lo que llamamos nosotros la regeneración, aquel acto por el cual Dios nos da vida, y nos capacita para buscarlo, obedecerlo, amarlo y adorarlo en Espíritu y en verdad.
El Señor, entonces, nos ordena amar como Él ama, y el apóstol dice: porque el amor es de Dios. ¿A qué se nos manda entonces? ¿A obedecer a Dios? Pues evidentemente sí, pero más allá de eso, veo que el apóstol nos ordena imitar a Dios. San Juan está destacando lo mismo que yo, la inmensidad del amor de Dios, pero él nos insta a imitar este enorme amor. Hablamos anteriormente de que Dios amó tanto que envió a Jesucristo a morir por nuestros pecados, pero ahora el apóstol dice: Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. El amor de Dios debe ser imitado por nosotros, pues el Espíritu Santo nos lo ordena a través de la Escritura, y a través de lo que leímos del apóstol Juan. Además de esto, Juan dice: Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.
Así pues, Dios mismo nos manda a permanecer en su amor, en el amor verdadero, porque el que permanece en el verdadero amor, permanece en Dios, y Dios en él. Pero ¿Qué es el verdadero amor? El mismo Juan contesta esta pregunta cuando dice: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. El amor no consiste en lo que la cultura ha definido por amor. En nuestros días, se ha tergiversado el significado del amor. Unos creen que amor es decir te amo. Otros piensan que el amor es igual a sexo. Otros muchos piensan que el amor es una emoción o sentimiento. Sin embargo, la Biblia —la cual no se equivoca jamás— nos ha revelado lo que verdaderamente significa el amor, y significa, no que nosotros hayamos amado, sino en que ÉL NOS AMÓ PRIMERO. El amor consiste en lo que hizo Dios por nosotros, que envió a su Hijo al mundo en propiciación por nuestros pecados. Esta palabra propiciación proviene del griego jilasmos, que significa expiación. Esto consiste en borrar las culpas de alguien. En la época del antiguo Israel, Dios borraba las culpas de los israelitas por medio de los sacrificios de animales, incluso, en los días de la expiación (que era una de las siete fiestas instituidas por Dios para el pueblo judío), los israelitas enviaban un macho cabrío al desierto, y esto a su vez simbolizaba que el animal cargaba con las culpas y pecados de Israel, y se los llevaba muy lejos.
En el Nuevo Testamento, el Señor envió un cordero perfecto, sin mancha, ni pecado, para que se sacrificara en favor de muchos, y llevara el pecado de su pueblo. Este cordero es Jesucristo, de quien Juan el bautista dijo: He allí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. En la epístola a los hebreos, el autor dice: Porque tal Sumo Sacerdote nos convenía: Santo, inocente, incontaminado, separado de los pecadores, y exaltado por encima de los cielos; que no tiene necesidad cada día, como los sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados y después por los del pueblo, porque hizo esto de una vez por todas ofreciéndose a Sí mismo. De manera que Cristo cumple y ejerce el oficio de Sacerdote, a saber, el Sumo Sacerdote de nuestra fe, pero a su vez, es el sacrificio. El texto nos indica que el sacerdocio de Cristo no era como el de los antiguos judíos, que debían sacrificar animales una y otra vez por el pecado. Al contrario, Cristo se sacrificó una sola vez y para siempre, y ya no hace falta ningún sacrificio, pues ya Él pagó la deuda por el pecado. Esto es a lo que se refiere Juan cuando habla de que Dios envió a su Hijo al mundo en propiciación por nuestros pecados.
Este amor divino nos demuestra con qué forma debemos amar: sacrificialmente. En palabras del apóstol san Pablo: El amor es sufrido, el amor es bondadoso, el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece, no actúa indebidamente, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra en la injusticia, sino que se regocija con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser. Así pues, si Dios nos trajo acá, fue para compartir del amor con que Él nos amó primero. Las adversidades por las que pasamos no deben llevarnos a olvidar el amor, pues el amor es de Dios, y el que no ama, no es de Dios. Cristo dijo que en este mundo pasaríamos aflicciones, pero nos dijo que confiemos en Él, porque Él ha vencido al mundo. No tenemos por qué temer, más bien, debemos estar confiados en Él, porque a pesar de que suframos y pasemos tribulaciones en este mundo, el Señor prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin.
Debemos ser como Jesús, dar nuestra vida en favor de los demás, ayudar a los otros y sacrificarnos por amor a los demás, pues en eso consiste el verdadero amor. Olvidémonos del orgullo que este mundo propone, en el que odiar es mejor visto que amar; en el que endurecerse es mejor visto que perdonar; en el que tomar venganza es mejor visto que olvidar; en el que la violencia es mejor vista que la paz; y en el que lo malo es mejor visto que lo bueno. Antes recordemos el amor que Jesús propone, en el que dar la vida por los otros es mejor que odiar; en el que poner la otra mejilla es mejor visto que insultar; en el que amar a los enemigos es mejor visto que hacer la guerra; y en el que devolver bien por mal es mejor visto que la venganza. Es hora de ir contra la corriente, de amar al prójimo, de demostrar que podemos vencer al mundo, como dijo san Pablo: No seas vencido por lo malo, sino vence con el bien el mal. Busquemos del Señor Jesús, y aprendamos a amar como Él ama, para demostrarle al mundo, que el amor de Cristo es superior a todo.
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