«He aquí que yo soy vil»... Charles Spurgeon y sus reflexiones sobre Job


“Si Job, Isaías y Pablo se sintieron obligados a decir: yo soy un vil, ¿te avergonzarás tú, pobre pecador, de hacer la misma confesión?”
— Charles Spurgeon

«He aquí que yo soy vil» Job 40:4

Algo que noto del texto resaltado por el príncipe de los predicadores es que comienza con la interjección “הֵ֣ן”, que si intentamos traducirlo literalmente, el significado es una especie de llamado a mirar, a ver, a apreciar y observar detalladamente. El llamado de Job a apreciar su vileza nos comunica algo importante: todo cristiano debería de ser capaz de repetir las palabras del justo Job «he aquí que yo soy vil». Si como cristianos no reconocemos esto, dudo que siquiera Cristo nos haya salvado en primer lugar.

Comprender la realidad del pecado en nuestras vidas es tan importante, ya que no somos pecadores por pecar, sino que pecamos por ser pecadores, pues nacemos así. Solo Cristo puede liberarnos, y en efecto que puede, pues Él mismo afirma: «Si el Hijo del Hombre os libertare, seréis verdaderamente libres». Si Cristo te ha librado, oh precioso santo de Dios, entonces podrás repetir con tu boca las palabras del paciente Job. Si reconoces que Cristo es tu Salvador, es porque a su vez reconoces tu maldad, tu insuficiencia y tu necesidad de un Salvador.

Sin Cristo, no somos nada, no tenemos nada, y no servimos para nada. Por eso Él mismo dijo: «Separados de mí, nada podéis hacer». Spurgeon siguió comentando: «aunque alguna vez te hayas degradado con los harapos del pecado, serás ahora adornado con el vestido de justicia, y aparecerás blanco como los ángeles». Sin importar lo que hayamos sido, el Señor puede perdonar nuestros pecados, si los confesamos y nos arrepentimos de corazón. Acércate a Cristo, y tan solo una gota de su sangre bastará para limpiarte de todos tus pecados, no en vano dice el profeta: «si vuestros pecados fueren… rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana».

Job reconoció su torpeza al hablar contra un Dios que es tres veces santo. Oh, querido cristiano, si tan solo reconociéramos más a menudo la torpeza de nuestra boca, y ni tan solo de la boca, sino de nuestros pensamientos y acciones, al dirigirnos a Dios, cuánto más fácilmente el Señor oyera nuestras oraciones. Acércate confiadamente al trono de su gracia, pero reconoce tu maldad delante de tu Creador, delante de quien toda cosa está desnuda, pues Él lo sabe todo. Confía en que Él ES FIEL Y JUSTO PARA PERDONARNOS DE TODA MALDAD, y verás que sus gloriosas promesas no te defraudarán, porque Él ya te ha perdonado.