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Comentario al Salmo 61

— Mauricio Madriz

David ora (2023). Creado con IA —Leonardo AI—


Estructura del Salmo:

(vv.1-2a) Clamor angustioso

(vv.2b-3) Declaración de confianza en la Roca y Refugio divinos

(vv.4-5) Deseo de habitar siempre en Dios; declaración de la misericordia divina

(vv.6-7) El poder del Rey y su conservación

(v.8) Salmodiar a Dios como Él lo quiere

v.1

לַמְנַצֵּ֬חַ׀ עַֽל־נְגִינַ֬ת לְדָוִֽד׃

Al director del coro. Sobre Neguinot. De David.

En este primer verso encontramos las palabras lamenesseah al-neginat ledawid, es decir: Al director, sobre instrumentos de cuerda; de David. Lo que encontramos es que el salmo fue compuesto por David, y lo compuso preparándolo para ser ejecutado con instrumentos de cuerdas. Spurgeon decía que se trata de un Salmo de carácter muy personal, configurado de manera especial para la devoción privada. Es pues, este Salmo, un clamor de parte del rey David a Dios. El pasaje subsiguiente a este nos abre el panorama para el cántico que el rey va a entonar.

שִׁמְעָ֣ה אֱ֭לֹהִים רִנָּתִ֑י הַ֝קְשִׁ֗יבָה תְּפִלָּתִֽי׃

Oye, oh Dios, mi clamor, y atiende mi oración

El título nos da las especificaciones del Salmo, pero aquí comienza el contenido del mismo. Rápidamente nos percatamos que se trata de una oración, una súplica y un clamor al Señor. Una particularidad del Salmo es que en ningún momento se utiliza la palabra יְהוָ֗ה (Jehová), un nombre que David utilizaba mucho en sus composiciones salmódicas. Sea cual fuere la razón de esta ausencia, podemos decir que Dios es Dios, y su poder no deja de ser, llamémosle por su nombre santo o por su título Dios, reconociéndole como el único digno de tal nombre.

En general, nuestro deseo al acercarnos a Dios en oración es que pueda escucharnos; por tal razón solemos desesperarnos cuando no vemos una respuesta pronta de parte de Dios a la oración. No debemos preocuparnos por eso, pues si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad Él nos oye (1 Jn. 5:14); asimismo, la oración de los justos puede mucho (Stg 5:16); y por otro lado, Cristo atiende a las oraciones de sus elegidos (Jn. 14:13). Por tanto, si oramos, hagámoslo confiando en el Señor, en que Él nos oye, aunque no lo sintamos así, pues es necesario que el que se acerca a Dios crea que existe, y que es galardonador de los que lo buscan (Heb. 11:6). Spurgeon dijo muy adecuadamente aquí: «Los fariseos confían en la eficacia de sus oraciones interminables, los verdaderos creyentes permanecen ansiosos y no cejan hasta obtener respuesta a la suyas».

v.2

מִקְצֵ֤ה הָאָ֨רֶץ׀ אֵלֶ֣יךָ אֶ֭קְרָא

Desde el cabo de la tierra clamaré a ti

Esto es simplemente hermoso. El salterio ginebrino lo traduce así: «Cuando desmaya, mi alma a ti clama desde lejana región». Es bastante probable que David se haya encontrado exiliado de su reino. La única opción posible para un tiempo así es al verse asolado por su propio hijo, Absalón. Asimismo, el cabo de la tierra puede interpretarse como: ‘lugares lejanos’. Podemos decir que cuando nos encontramos lejos del Señor, fallando y errando en el blanco, pecando, es cuando más nuestra alma clama a Dios. Los momentos difíciles son aquellos en los que un hijo de Dios halla mayor oportunidad para buscar de Dios. Sin embargo, nuestra manera de invocar a Dios debe ser en todo momento, no solo en las lejanías, pues Dios es Dios, tanto de lejos, como de cerca (Jer. 23:23).

בַּעֲטֹ֣ף לִבִּ֑י בְּצוּר־יָר֖וּם מִמֶּ֣נִּי תַנְחֵֽנִי׃

Cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo

La petición de David concuerda con nuestro análisis. Juan Owen decía que la frase desde el cabo de la tierra podía entenderse de diversas formas, en lo cual concuerdo; puede dar a entender más históricamente que David estaba atribulado, bajo un sentimiento de tristeza profunda por su exilio. Sin embargo, espiritual y literalmente (según el orden de la poesía hebrea), esto puede representar alegóricamente una lejanía espiritual. Quizás la expatriación sufrida le había causado no solo un distanciamiento físico, sino también uno espiritual. Su corazón había desmayado. En medio del desmayo, la dificultad, los problemas y aprietos, podemos ir a Dios y clamar de todo corazón, entendiendo que, por Jesucristo y por su Espíritu, tenemos libre acceso al Padre (Efe. 2:18).

El segundo segmento del verso tiene un significado teológico tan vasto y precioso, que simplemente podemos abrazarlo y amarlo con todo nuestro corazón. David pide al Señor que lo lleve a la roca más alta que él. Con toda razón dijo: «más alta que yo», pues en otra ocasión también afirmó: «dijo el Señor a mi Señor», comprendiendo que su mediador era total y completamente superior a él. En otra ocasión san Pedro testificó de la misma roca, y dijo: «Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores», y también: «Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa». El mismo Cristo testificó de ser esta roca cuando dijo: «Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca». Agradezcamos pues, a Dios, por habernos conducido a la roca mucho más alta que nosotros. Bien fue dicho por el Señor que ninguno puede ir a Él sin serle concedido por el Padre. La comprensión ya estaba en la mente de David, entendiendo que el único que podía simentarlo sobre esa Roca era Dios. Llévame, dice, pues es Dios quien nos conduce a Cristo. Llévame, digamos nosotros, pues solo Dios puede llevarnos a estar firmes en nuestra Roca Fuerte. En medio de los problemas, los llantos y angustias, acudamos al Señor y pidámosle que nos afiance en la Roca, pues solo en Cristo tenemos seguridad.

v.3

כִּֽי־הָיִ֣יתָ מַחְסֶ֣ה לִ֑י

Porque has sido refugio para mí,

El Señor, el Dios de Israel, es refugio a todos sus elegidos. Él no ha dejado de ser Dios de Israel, pues, así como la iglesia es descendencia de Abraham (Gál. 3:29) y el Israel de Dios (Gál. 6:16), así sigue siendo el Dios de Israel, de su santa iglesia, la cuál compró para sí en su sangre. A Él acudimos todos cuando sentimos dificultad, pues Él es nuestro Dios de paz, y nuestro refugio en tiempos de angustia (Salmo 46:1). Así como corremos buscando refugio al ver que arrecia la lluvia, así debemos correr al refugio paternal de nuestro Dios, que nos protege y guarda bajo la sombra de sus alas en medio de las dificultades (v.4).

Pero, como antes hemos dicho, no debemos tenerlo por refugio solo en los momentos difíciles; más bien, debemos estar refugiados en Él todo el tiempo, estando apercibidos, cerca de su presencia. San Jacobo dice que si nos acercamos a Dios, Él se acercará a nosotros (Stg 4:8), no como si Dios estuviese muy lejos, pues sabemos que en realidad está cerca (Ro. 10:8), sino en el sentido de mantenernos apegados a Él en todo tiempo, tanto en momentos de dificultad y tentación, como en momentos de fortaleza y bienestar. San Pablo nos enseñó bien al decir que estaba enseñado en todo y por todo (Fil. 4:12), de este modo, debemos permanecer cerca del Señor, para poder darle gloria en todo momento. Dios es nuestro refugio, refugiémonos, pues, en Él, pues si permanecemos cerca suyo, no caeremos jamás (2 Pe. 1:10).

v.3

מִגְדַּל־עֹ֝֗ז מִפְּנֵ֥י אֹויֵֽב׃

Torre fuerte ante el enemigo

No es la primera vez que David compara al Señor con una מִגְדַּל־עֹ֝֗ז (torre fuerte), pues él sabía bien lo que su lenguaje —de carácter poético— quería decir. En el siglo 11-10 a.C. (aprox. la época en que David vivió), las torres eran imponentes. El castillo de un rey no podía ser tan simple, debía ser temible y asombroso, para así maravillar a todo aquel que se detuviera a verlo.

Torre de David, Jerusalén

Una מִגְדַּל־עֹ֝֗ז (torre fuerte) es una torre poderosa, vigorosa, fortificada; a saber, una torre fuerte es una que no vacila, una cuyos cimientos están tan bien establecidos, que no tambaleará. Tal torre es nuestro Dios. Su poder y voluntad están tan perfectamente cimentados, que jamás cambiarán. Él mismo ha dicho: «Yo Jehová no cambio». Él no se inmuta, sino que permanece igual por todos los siglos, pues desde el siglo y hasta el siglo, Él es Dios (Salmo 90:2). Podemos estar confiados, pues el Dios de nuestra salvación no cambiará. Su promesa permanece firme. Es el Dios del que se ha dicho que es fiel, tan fiel que no puede negarse a sí mismo (2 Ti. 2:13). Si Dios prometió salvar a sus hijos, confiemos en su promesa; no dudemos de que Cristo murió por nuestros pecados, y que somos salvados por su gloriosa sangre, para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros (Heb. 6:18). Entremos, pues, en la torre fuerte; refugiémonos bajo este poderoso bastión, y jamás seremos conmovidos. Sus puertas, tan grandes y anchas como para permitir la entrada a un número incontable de gentes, pues el Señor del castillo dijo: en la casa de mi Padre muchas moradas hay (Jn. 14:2); sus murallas son tan enormes y poderosas que resguardan a todo lo que entre en ella; su patio se usa, no para practicar artes de guerra, pues dentro de ella no hay más tribulación (Ap. 21:4), sino para adorar al Único Dios, que vive y reina para siempre. Entremos en la torre fuerte, y dentro de sus portones estaremos seguros.

v.4

אָג֣וּרָה בְ֭אָהָלְךָ עֹולָמִ֑ים

¡Oh, que yo pueda morar en tu Tienda para siempre...

En muchas traducciones se asume un ‘yo haré’. Se asume que la oración está diciendo algo que se realizará, como: ‘yo moraré en tu tienda para siempre’. Sin embargo, el original refleja más un ‘ojalá morara en tu tienda para siempre’. El sentido del texto hebreo lleva más a un ‘ojalá’ que a un ‘así será’. En concordancia con el contexto del Salmo, esta traducción viene a ser más precisa. Bajo la desesperación producida por la lejanía de su tierra, David sentiría el pesar de no poder estar cerca del santuario del Señor. Nuestro mayor deseo debe ser la permanencia en la presencia de nuestro Dios. El mandato apostólico es a orar en todo tiempo y sin cesar (1 Ts. 5:17; Efe. 6:18). Aunque en ocasiones no podamos, tal debe ser nuestro anhelo. Agradezcamos al Señor que tenemos acceso a su presencia en todo tiempo, y en todo lugar, porque mientras David necesitaba acudir a la tienda de reunión, nosotros somos templo y morada del Espíritu Santo de Dios. Por tanto, tenemos libre acceso al trono de su gracia (Heb. 4:16), y podemos estar en su presencia en todo momento.

אֶֽחֱסֶ֨ה בְסֵ֖תֶר כְּנָפֶ֣יךָ סֶּֽלָה׃

Refugiado al amparo de tus alas! Selah

Mosaico basado en Lucas 13:34, Capilla Dominus Flevit, Jerusalén

Al estar en la presencia de Dios, hallaremos tal protección como la de una gallina con sus polluelos (Dt. 32:11). Las alas del Señor representan el abrigo y la protección del Señor. Todos los que hemos sido llamados a la salvación del Señor, limpiados de nuestros pecados y cargados con la cruz de Cristo habitamos bajo las alas del Altísimo. Un salmista dijo que quien habita al abrigo del Elyon morará también bajo su sombra (Salmo 91:1). El título ‘Elyon’ (Altísimo) representa a uno que está elevado, por encima de todos. Ese más poderoso, más elevado, más sublime, provee esperanza y protección a los que corren para socorrerse en Él.

Spurgeon dice acá: «¡Oh por una mayor confianza!; no puede ser más claro: tal amparo nos invita al reposo más inquebrantable», es decir, si habitamos bajo sus alas ¿a qué temeremos? Ciertamente a nada. Los que estamos bajo la protección del Señor habitaremos seguros. Sin importar las dificultades que puedan azotarnos, debemos permanecer firmes, sabiendo que nuestra recompensa no está en esta tierra, sino en los cielos, donde ni polilla, ni orín corrompen (Mateo 6:20).

El silencio (Selah) ahora permite un momento de paz y tranquilidad en medio del canto. Normalmente, las composiciones musicales están atiborradas con silencios y pausas. Tal cosa no era excepción en la salmodia para nuestro Dios. Este silencio permite a los adoradores del Señor desarrollar un momento para pensar en las majestuosidades y deleites del Señor, para regocijarse en la dulzura de Cristo, y para abrazar la presencia del Espíritu Santo en medio de la alabanza. Se dice que Dios habita en las alabanzas de Israel. Si somos linaje de Abraham, ciertamente somos Israel; por tanto, sintámonos seguros de que Dios también habita en nuestra alabanza y, por supuesto, también en nuestro silencio.

v.5

כִּֽי־אַתָּ֣ה אֱ֭לֹהִים שָׁמַ֣עְתָּ לִנְדָרָ֑י

Porque tú, oh Dios, has oído mis votos

El texto suele ser difícil de comprender cuando no sabemos con certeza lo que un voto representa en el Antiguo Testamento. Escuchamos de Moisés una ley dada para los votos (Números 30), y que ningún hombre debe faltar a su palabra, haciéndose fiel al voto. La palabra voto es en hebreo נֶדֶר (néder), y quiere decir promesa o voto. Los votos a Dios no podían quebrantarse, a no ser por algunas excepciones detalladas en la ley. Sin embargo, habían tipos de votos incondicionales y condicionales. Spurgeon dice: «Los votos, si son legítimos, bien meditados y verdaderamente para la gloria de Dios, pueden juntarse con las oraciones sin ningún tipo de reserva»; algunos hoy ven maldad en los votos, sin embargo, hacer un voto al Señor puede ser bueno si se hace legítimamente. En este caso, David se alegra en el Señor, pues sus votos eran honestos, y el Señor prestó su oído. Guardémonos de hacer votos ilícitos, de los cuales sepamos que no vamos a cumplir.

Cuando era más joven, caía en un pecado terrible, el cual hoy me asquea. Sin embargo, en ese entonces luchaba contra él, pero me deleitaba. Un día, hice una promesa a Dios de que si volvía a caer en ese pecado, que me llevara de este mundo. Sin embargo, al otro día ya había vuelto a caer. Por si hay alguna duda, Dios no me llevó. Pero sí me castigó y disciplinó mucho a lo largo de mis días. Cuidémonos, pues, de hacer votos impíos como Jefté, que se apresuró a hacer un voto y no supo la maldad que tenía en su corazón (Jue. 11:30-31). Si se hará un voto, cuídemonos de que sea lícito y puro, tal como san Pablo lo hizo (2 Co. 1:23; Gál. 1:20). James Strong explicó que los votos se hacían en situaciones muy serias. No podemos hacer votos en vano, debemos cuidarnos y ser serios en nuestras promesas al Señor. Él oirá nuestros votos si los hacemos conforme a su voluntad y a su bendita Palabra. Así como el rey David se alegró y gozó debido a la atención que Dios dio a sus votos, así nosotros podemos alegrarnos si hacemos nuestros votos delante de Dios en toda pureza y santidad. Si no tenemos ningún voto que hacer, simplemente no lo hagamos. Ahora, si la piedad nos obliga y la fe, hagámoslo, pues todo lo piadoso, y todo lo que procede de la fe, es bueno.

נָתַ֥תָּ יְ֝רֻשַּׁ֗ת יִרְאֵ֥י שְׁמֶֽךָ׃

Me has dado la heredad de los que temen tu nombre

¿Cuál es la heredad de los que temen el nombre de Dios? La heredad en tiempos de David tenía que ver con una tierra perteneciente a una persona. Sin embargo, en el texto, David no solo dice ‘la heredad’, sino ‘la heredad de los que temen tu nombre’; ahí está la clave para entender el texto. En el A.T. vemos cómo los israelitas lucharon por obtener la herencia de las tierras que Dios les había prometido, para que, finalmente, Josué los introdujera a ellas. En el N.T., la heredad de los creyentes pasa a ser una tierra prometida mucho mejor que la del Israel étnico; ya no se trata de una ciudad terrenal, sino de una celestial (Heb. 12:22), una que tiene cimientos, y cuyo arquitecto es Dios (Heb. 11:10). San Pablo nos dice que en Dios tuvimos herencia por haber sido predestinados conforme a su propósito santo. Esta herencia viene por todo el plan de salvación de Dios aplicado en nuestras almas, pero sobre todo, por la adopción divina. Cuando nos predestinó, lo hizo para ser adoptados como hijos suyos. En la epístola a los Romanos, san Pablo dice que si somos hijos, también somos herederos (Ro. 8:17). Por lo tanto, la heredad de los que temen el nombre de Dios viene a ser la adopción que recibimos por medio de Él, en Cristo, conforme a su voluntad y por la obra del Espíritu Santo. ¡Qué cosa sublime! Es increíble recibir tanto de Dios, sin siquiera merecerlo.

Es tu amor que me sostiene,

El que me levanta,

El que me da paz,

Me da seguridad.

De lo que vendrá

Tu tienes el control.

Si hemos recibido la heredad de los que temen su Nombre, alegrémonos en Dios, y adoremos con reverencia y asombro la gloria de nuestro Señor. No nos debía nada, y aun así, nos dio todo. El Señor no tenía la obligación de oír nuestros votos, pero aun así lo hizo. No tenía la obligación de darnos herencia con su Hijo, pero aun así lo hizo. El Señor es enormemente misericordioso, y debemos agradecer por ello cada día.

v.6

יָמִ֣ים עַל־יְמֵי־מֶ֣לֶךְ תֹּוסִ֑יף שְׁ֝נֹותָ֗יו כְּמֹו־דֹ֥ר וָדֹֽר׃

Añadirás días a los días del rey, Sus años serán como generación y generación.

En este texto hay tres vías posibles a tomar: (1) David está hablando de sí mismo, (2) David está hablando del Cristo de Dios, o (3) David está hablando de ambas. Calvino era de la opinión de que se trata del Mesías, sin dejar de tratarse de David: «David no puede ser considerado como el uso de estas palabras de gratificación con una referencia exclusiva a sí mismo. Es cierto que vivió hasta una vejez extrema y murió lleno de días… pero no excedió el período de la vida de un hombre, y la mayor parte se gastó en continuos peligros y ansiedades. No puede haber duda, por lo tanto, que la serie de años, e incluso edades, de los cuales habla, se extienden prospectivamente a la venida de Cristo...». La lógica del pasaje y de todo el A.T. nos obliga a decantarnos por la tercera vía, pues no hay manera de que David se refiera únicamente a sí mismo, o únicamente a Cristo. Más bien, David utiliza la profecía de manera magistral para referirse tanto a él mismo, como a su propio Señor, Jesucristo.

El orden original del texto dice algo como: días sobre días del rey añadirás, es decir, la vida del rey se extenderá por muchos y muy largos días. La vida de David se alargó por muchos años, y el Señor prolongó sus días. Del mismo modo, los días del reino de Cristo, se han alargado tanto que podemos decir que es el pleno cumplimiento de esta profecía. Erns Wilhelm Hengstenberg dijo: «consideraba que la promesa de dominio eterno, no tenía que ver personalmente con él sino con su familia, la familia real de David de la cual nacería Cristo». El reino davídico sigue hasta nuestros días, pues es el mismo reino de Cristo, el cuál ya se ha acercado, y ha llegado a nosotros (Mc. 1:15; Mt. 12:28). En sus últimas palabras de David, él dijo: Pacto perpetuo ha hecho conmigo, y también: Habrá un justo que gobierne entre los hombres, que gobierne con el temor de Dios (2 Sam. 23:3b, 5a). Entendemos pues, que David habla aquí de una forma más profética, dando a entender la perpetuidad del reino davídico, el cuál seguirá por la eternidad con Cristo, como dijo Calvino: «Así que aquí David predice la sucesión ininterrumpida del reino hasta el tiempo de Cristo».

v.7

יֵשֵׁ֣ב עֹ֭ולָם לִפְנֵ֣י אֱלֹהִ֑ים

Se sentará para siempre delante de Dios

Algunas traducciones presentan: Estará para siempre delante de Dios, sin embargo, el texto hebreo presenta un tono más fuerte y teológico. Spurgeon decía que Jesús ha sido entronizado delante de Dios por toda la eternidad. Si bien David reinó hasta el fin de sus días delante de Dios, su reinado llegó a un fin. En cambio, Cristo reina hoy y seguirá reinando por toda la eternidad. Cristo se sentó, el sentarse siempre es un símbolo que representa la autoridad de un rey. El trono de los reyes se caracterizaba por ser el lugar de autoridad, reservado exclusivamente a los soberanos de cada tierra. Si los reyes terrenales tienen un trono, Cristo, el Rey de los reyes, tiene un trono eterno, en el cual reina eternamente sobre todo, pues todas las cosas subsisten por su Palabra poderosa (Heb. 1:3). En los salmos, el símbolo del sentarse hace referencia a la soberanía de un rey cuyo gobierno comienza desde su trono, pero se expande a toda la nación. El Señor Jesucristo reina desde su trono eterno sobre toda la creación, y, como dijo Kuyper: «No existe una pulgada cuadrada en todo el dominio de nuestra humana existencia sobre la cual Cristo, quien es soberano sobre todo, no grite: ¡Mía!».

Silla de san Eduardo I de Inglaterra, preparada para la coronación de Carlos III de Inglaterra

חֶ֥סֶד וֶ֝אֱמֶ֗ת מַ֣ן יִנְצְרֻֽהוּ׃

Misericordia y verdad apercibe que lo conserven

En esta opción, la traducción de Casiodoro de Reina me pareció la mejor según el hebreo. Lo único que puede preservar a un reino es la misericordia y la verdad. La misericordia, por un lado, pues Dios ha concedido su gracia a los hombres desde el inicio de la historia. Un reino no se sostiene sin misericordia, y así, vemos cómo el reino de Cristo destila misericordia por cada una de sus entradas. Los elegidos de Dios, que son llamados de las tinieblas a la luz por pura gracia, viven en el reino de Dios, y en un futuro, cuando Cristo regrese, participarán de la consumación del mismo reino. Por otro lado, la verdad siempre debe prevalecer en el reino. Así como un reino terrenal es afectado por las mentiras, el reino de Dios no admite mentiras. Todo el reino que Dios inauguró en Cristo se basó en la verdad. Cristo dijo que Él es la verdad. Su reino es dueño de la verdad, y por eso es conservado por ella. La misericordia y la verdad conservan al rey terrenal, pues, si él echa mano de ellas, puede asegurarse un reinado perdurable, si la providencia así lo dispone. Del mismo modo, la misericordia y la verdad divina conservan al Rey de reyes, siendo Cristo, aquel Rey de reyes, el máximo dueño y autor de ellas. Su misericordia y su verdad le conservan a sí mismo, y como dueño y autor de ellas, su conservación procede de sí mismo. ¡Cuán grande misterio es este! Él es el Dios que existe por sí mismo, y en sí mismo. ¡Adoremos al Dios autoexistente, autosustentable y permanente!

v.8

כֵּ֤ן אֲזַמְּרָ֣ה שִׁמְךָ֣ לָעַ֑ד

Así salmodiaré tu nombre para siempre

La palabra usada para salmodiar es en el hebreo אֲזַמְּרָ֣ה (azamará), que a su vez procede del término זָמַר (zamár), que generalmente significa tocar las cuerdas de un instrumento musical, hacer música acompañado por la voz; celebrar en canto y música (Strong). Dios se deleita y habita en la alabanza de su pueblo. Para salmodiar es necesario cantar y hacer música con instrumentos. Es sabido que David fue músico, hombre que tocaba el arpa (1 Sam. 16:18). Tocar un instrumento para gloria de Dios es algo hermoso, que sin duda nos lleva a dar alabanza de una manera aún más digna. Aunque a Dios le agrada que le adoremos con música, tampoco es incorrecto cantarle solo con nuestra voz. El canto nos lleva a declarar las maravillas y la gloria de Dios por medio de la entonación de hermosas notas y el uso de agradables símbolos poéticos, tales como los que David usaba en sus composiciones. Pero la combinación de ambos, el canto y la música, hace de la alabanza un momento tan especial, que nos lleva a decir: ¡No quiero que esto se acabe! David expresó algo similar: ¡Salmodiaré tu nombre para siempre! El deseo del rey era permanecer día y noche salmodiando al Señor, y ese debería ser nuestro deseo también. Aunque no sepamos tocar un instrumento, con la voz podemos salmodiarle. Y aunque no sepamos cantar mucho, con un instrumento podemos alabarle. Sea cual sea nuestro don, usémoslo para la gloria de Dios y para rendirle alabanza. Cantemos con gozo y humildad a nuestro Dios, pues Él es digno de suprema alabanza (Sal. 145:3).

לְֽשַׁלְּמִ֥י נְדָרַ֗י יֹ֣ום׀ יֹֽום׃

Pagando mis votos cada día

San Agustín comentó este pasaje magistralmente diciendo: «¿Quieres alabarlo por siempre? ¿Quieres cantarle eternamente? Cúmplele tus votos día tras día. ¿Qué es cumplir los votos día tras día? Desde el día de hoy, hasta el día eterno. Sé perseverante en cumplir tus votos en este día, hasta que llegues a aquel otro día. Esto es lo que significa: El que persevere hasta el fin, se salvará». De manera que lo que Agustín interpreta de este pasaje es que hay una continuidad lógica; La interpretación nos enseña que la forma más sana y prudente de salmodiar por siempre el nombre de Dios, es por medio del cumplimiento de nuestros votos y promesas a Él. Agustín se fija especialmente en un voto, el que hicimos el día de nuestra conversión, a saber, el de perseverar hasta el fin. El sentido del texto tal vez nos dé un poco más de amplitud que solo esto. Delitzsch comenta: «Con el canto de alabanza y el acompañamiento musical, el rey hará que toda su vida sea un cumplimiento agradecido de sus votos», dándonos la amplitud que el texto requiere para ser comprendido. Podemos pagar nuestros votos cada día, es decir, cumplir nuestras promesas delante de Dios, pero cada día fallamos y acabamos desconsolados, tristes por haber incumplido nuestra promesa de esforzarnos más. Sin embargo, el Señor es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1:9), por lo que nuestro agradecimiento debe reflejarse en un sacrificio de alabanzas continuo, y uno que confiese su nombre (Heb. 13:15-16). Permanezcamos, pues, agradecidos al Señor, pagando nuestros votos día a día con acción de gracias, alabándole y cantando a su nombre con gozo, pues esto agrada a Dios.

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