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'A Todos los Fieles de la Nación Española'

 El Prefacio de Cipriano de Valera a la Institución de la Religión Cristiana de Calvino


Como conmemoración del mes de la reforma, he realizado esta adaptación al castellano actual, en visto de que nunca encontré este prefacio en nuestro actualizado idioma. Pretendo con esto que muchos conozcan un poco más del pensamiento del famoso reformador español, conocido por revisar la traducción bíblica al castellano de Casiodoro de Reina en 1569, publicando así la conocida 'Biblia del Cántaro' en el año 1602. Espero que el contenido llene de conocimiento a los lectores de este gran prefacio, y los anime también a conocer un poco más de cerca a este reformador. Cabe destacar que algunas palabras, oraciones y frases fueron añadidas por mí, para mejorar la comprensión del lector actual, y podrán ser reconocidas por estar en letras cursivas. Bendiciones. Soli Deo Gloria.
Mauricio Madriz
4 octubre, 2023

A Todos los Fieles de la Nación Española

A todos los fieles de la nación española que desean el adelantamiento del reino de Jesucristo, Saludos.

Dos puntos hay, que comúnmente mueven a los hombres a apreciar mucho una cosa: el primero es, la excelencia de la cosa en sí misma: el segundo, el provecho que recibimos o esperamos de ella. Entre todos los dones y beneficios que Dios por su misericordia comunica sin cesar a los hombres, es el principal, y el mas excelente y provechoso el verdadero conocimiento de Dios, y de nuestro Señor Jesucristo, el cual da a los hombres una grande alegría y quietud de corazón en esta vida, y la eterna gloria y felicidad después de esta vida. De manera que en este conocimiento consiste el sumo bien y la bienaventuranza del hombre: como claramente lo declara la misma verdad, Jesucristo, diciendo: Esta es la vida eterna que te conozcan solo Dios verdadero, y al que enviaste Jesucristo. Y el Apóstol San Pablo, después que de Fariseo y perseguidor fue convertido a Cristo, y había conocido la grande excelencia de este conocimiento, dice: Ciertamente todas las cosas tengo por pérdida, por el eminente conocimiento de Cristo Jesús Señor mío, por amor del cual he perdido todo esto, y lo tengo por estiércol. Pero como no hay cosa más necesaria, ni más provechosa al hombre que este conocimiento, así el Diablo, enemigo, de nuestra salvación, no ha cesado desde la creación del mundo hasta el día de hoy, ni cesará hasta el fin de esforzarse por todas las vías que puede, a privar los hombres de este tesoro, y escurecer en sus corazones esta tan deseada luz que nos es enviada del cielo, para mejor enredar y tener cautivos á los hombres en las tinieblas de ignorancia y superstición.

Y como el Diablo ha sido homicida y padre de mentira desde el principio, así siempre ha trabajado en oprimir la verdad, y a los que la confiesan, ya por violencia y tiranía, ya por mentira y falsa doctrina. Para este fin se sirve por sus ministros, no solamente de los enemigos de fuera, pero aun también de los mismos domésticos que se glorían de ser el pueblo de Dios, y que tienen las apariencias externas. Por violencia mató Caín a su propio hermano Abel: no por otra causa, sino porque sus obras eran malas, y las de su hermano buenas. Esaú pensaba hacer lo mismo a su hermano Jacob, porque había recibido la bendición de su padre. Saul persiguió a David el escogido y bien querido de Dios. Muchos reyes del pueblo de Israel dejando la ley y los mandamientos de Dios, han sido idólatras y matadores de los Profetas, abusando en tal manera de su autoridad, que no solamente pecaban, pero hacían también pecar a Israel. Y llegó la miseria del pueblo de Israel a tanto, que se lee de Manasés (que reinó en Jerusalén 55 años) que derramó mucha sangre inocente en gran manera, hasta henchir a Jerusalén de cabo a cabo. Y como los reyes idólatras hicieron mal en los ojos de Dios, y lo provocaron a ira edificando los altos, que los píos reyes hablan derribado, y persiguiendo a los siervos de Dios, los cuales debían defender con su autoridad: así también se olvidaron de su deber los eclesiásticos y sacerdotes, que se gloriaban de la sucesión de Aaron, y de que no podían errar en la Ley. Porque muchas veces ellos engañaban al pueblo, y resistían con gran vehemencia a los Profetas de Dios, y tenían en gran número falsos Profetas que hablaban mentira, diciendo que Dios se lo había mandado decir así: como manifiestamente se ve en los cuatrocientos Profetas de Baal, los cuales todos a una boca, por el espíritu de mentira, engañaban a Acab, Rey de Israel, acusando e injuriando Miqueas verdadero Profeta de Jehová. Por lo cual se quejaron tantas veces los Profetas de tales Sacerdotes y falsos Profetas: diciendo que habían sido, y eran la causa de la corrupción del pueblo, y de su ruina. Entre otros dice Jeremías, Que de los Profetas de Jerusalén salió la impiedad sobre toda la tierra, y en el mismo capítulo: Así el Profeta como el Sacerdote son fingidos, aun en mi casa hallé su maldad, dijo Jehová. Por el Profeta Ezequiel dice Dios: La conjuración de sus Profetas en medio de ella, como león bramando que arrebata presa: tragaron almas, tomaron haciendas y honra, augmentaron sus viudas en medio de ella. Sus Sacerdotes hurtaron mi Ley, y contaminaron mis Santuarios.

Muchos otros lugares hay en los demás Profetas que testifican lo mismo, y nos dan claramente a entender que los Israelitas bajo tales gobernadores fueron como ovejas perdidas, y que sus pastores los hicieron errar: como lo declara el Profeta Jeremías. Cuán profunda haya sido en este pueblo la ignorancia de Dios, se puede ver como en un espejo, en lo que aconteció en tiempo del pío Rey Josías, a los 18 años de su reino, cuando Hilcías, gran Sacerdote había hallado el libro de la Ley en la casa de Jehová, y que el Rey oyó leer las palabras del libro de la Ley, como cosa nueva y nunca oída. Lo cual movió de tal manera el corazón del Rey, aun siendo mancebo, que rompió sus vestidos, y se humilló delante de Dios: derribó los ídolos y los lugares altos, e hizo reforma según la Ley y la palabra de Dios. Con todo esto después de la muerte de este buen Rey, el pueblo volvió a idolatrar hasta que los Caldeos destruyeron la ciudad de Jerusalén y el Templo, y llevaron al pueblo cautivo a Babilonia.

Después de los 70 años de la captividad, Dios levantó sus siervos, instrumentos de su gracia, Esdras, Nehemías, Zorobabel, Josué, Zacarías, Hageo, y otros, los cuales volviendo con el pueblo a Judea reedificaron la ciudad y el Templo, y sirvieron a Dios según la Ley. Pero la avaricia e impiedad de los Sacerdotes creció luego otra vez, y se multiplicó en gran manera: como lo testifica Malaquías, que fue el último Profeta del Viejo Testamento: el cual ha sido constreñido a reargüir ásperamente a los impíos Sacerdotes, diciendo: Ahora, pues, oh Sacerdotes, a vosotros es este mandamiento. Si no oyeres, y si no acordares de dar gloria a mi nombre, dijo Jehová de los ejércitos, enviaré maldición sobre vosotros, y maldeciré vuestras bendiciones: y aun las he maldecido, porque no ponéis en vuestro corazón, mas vosotros os habéis apartado del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la Ley: habéis corrompido el concierto de Leví, dijo Jehová de los ejércitos. Y yo también os torné viles y bajos a todo el pueblo, como vosotros no guardasteis mis caminos. Por estos testimonios es manifiesto que la condición de la Iglesia era entonces muy baja y abatida.

Pero consideremos ahora también como se gobernaron los Sacerdotes y los perlados de Jerusalén cuando el prometido Mesías Jesucristo nuestro Señor, (que es el verdadero sol de justicia y la luz del mundo) apareció en Judea. San Juan lo declara en pocas palabras diciendo de Cristo: a lo que era suyo vino: y los suyos no lo recibieron. El precursor de Cristo, Juan el Bautista llama a los Fariseos y Saduceos que venían a su bautismo, Generación de víboras, y no sin justa causa, porque Cristo no tuvo mayores adversarios, ni más maliciosos, que a los sumos Sacerdotes y al senado de Jerusalén: los Fariseos y Escribas cabezas del pueblo lo anchaban y calumniaban, enojándose de su doctrina. Por esta causa el Señor dice a los Príncipes de los Sacerdotes y a los Ancianos del pueblo: de cierto os digo que los publicanos, y las rameras os van delante al reino de Dios. Muchas veces gritan ahí contra ellos llamándolos locos, ciegos, guías ciegas, hipócritas, e hijos de aquellos que mataron a los Profetas: y luego añade: vosotros también henchid la medida de vuestros padres. Porque como sus padres habían sido matadores de los Profetas y siervos de Dios, así ellos desecharon al hijo y mataron al heredero, al cual entregaron y negaron delante de Pilatos dando voces y diciendo: ¡Crucifícalo, Crucifícalo! Tanto fijé la obstinación y dureza de estos Sacerdotes, que todos los milagros que acontecieron en la muerte de Cristo no movieron a arrepentimiento los corazones de estos malaventurados perlados. Porque no cesaron después de la Ascensión de Cristo de perseguir a los Apóstoles: procurando todavía impedir el curso del Evangelio, como se ve en los Hechos de los Apóstoles; y como San Pablo lo declara en la primera Epístola a los Tesalonicenses, diciendo de los judíos, que también mataron al Señor Jesús, y a sus Profetas, y a nosotros nos han perseguido: y no son agradables a Dios; y todos los hombres son enemigos. Defendiéndonos que no hablemos a las gentes, para que se salven: para que hinchen sus pecados siempre: porque la ira de Dios los ha alcanzado hasta el cabo.

A tanto, pues, llegó la ingratitud e impiedad de los judíos, que tenían tantas prerrogativas y privilegios de ser llamados pueblo de Dios y pueblo santo, y que se gloriaban de los Padres, de la Circuncisión, del Templo, y que tenían la Ley, las promesas y la sucesión de Aarón: que con todo esto fueron una nación torcida y perversa, duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de orejas, que resistían siempre al Espíritu Santo, y no perdonaron a los Santos Profetas, ni aun al Hijo de Dios, el autor de vida, ni a sus Discípulos. Lo cual todo bien considerado nos debería alumbrar el entendimiento, y enseñarnos que no es cosa nueva ni nunca oída, que en estos días postreros y vejez del mundo haya tanta ceguedad e ignorancia en el pueblo Cristiano, y tanta corrupción y malicia en los que presiden en la Iglesia, los cuales con todo esto se glorían de gran santidad y de la sucesión de los Apóstoles. Porque Cristo nuestro Señor y sumo doctor avisando a los suyos de lo que había de acontecer en el mundo acerca de la promulgación de su Evangelio hasta la fin del siglo, nos predice muy claramente todo esto, y dice, que muchos han de venir en su nombre, y que muchos falsos Profetas se levantarán, y que engañarán a muchos, y después añade: entonces entregarán para ser afligidos, y os han de matar: y seréis aborrecidos de todas las naciones por causa de mi nombre: y muchos entonces serán escandalizados. y el Apóstol San Pablo predice a los Ancianos de Éfeso: yo sé —dice— que después de mi partida entrarán en vosotros graves lobos que no perdonarán al ganado. Lo cual el mismo Apóstol explica más ampliamente en la segunda Epístola a los Tesalonicenses, cuando avisa a los fieles que a la venida del Señor es menester que preceda una general apostasía de su Iglesia, causada por el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se levante contra todo lo que se llama Dios, y se asiente en el templo de Dios como Dios, dando a entender que es Dios. En la primera Epístola a Timoteo escribe el mismo Apóstol: el Espíritu dice manifiestamente, que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus de error, y a doctrinas de demonios. Que con hipocresía hablarán mentira teniendo cauterizada la consciencia: Que prohibirán el matrimonio y mandarán a los hombres a abstenerse de las viandas que Dios creó. Y en la segunda Epístola a Timoteo: Esto empero sepas que en los postreros días, vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí, avaros, gloriosos, soberbios, maldicientes, etc., y luego añade, Teniendo la apariencia de piedad, mas negando la eficacia de ella. y después: Que siempre aprenden, y nunca pueden acabar de llegar al conocimiento de la verdad. y de la manera que Janes y Jambres resistieron a Moisés, así también estos resisten a la verdad: hombres corruptos de entendimiento, réprobos acerca de la fe; y en el capítulo siguiente escribe: Que vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina; antes teniendo comezón en las orejas se amontonarán maestros que les hablen conforme a sus concupiscencias, y así apartarán de la verdad el oído, y se volverán a las fábulas. Así el Apóstol San Pedro describe la impiedad de los falsos doctores que habían de venir, diciendo: Empero hubo también falsos Profetas en el pueblo, como habrá entre vosotros falsos doctores, que introducirán encubiertamente sectas de perdición, y negarán al Señor que los rescató, trayendo sobre sí mismos apresurada perdición: y muchos seguirán sus perdiciones: por los cuales el camino de la verdad será blasfemado: por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas.

Por estas tan claras y señaladas Profecías quiso el Espíritu Santo confirmar nuestra fe, para que no fuésemos escandalizados por la grande apostasía que había de acontecer en la Iglesia: ni por las aflicciones y crueles persecuciones que habían de padecer los fieles por la confesión de Cristo y de su verdad. Cuando pues en estos últimos días vemos claramente el cumplimiento de estas Profecías, es menester que consideremos ninguna cosa ahora acontecer, sino lo que por la providencia de Dios aconteció a los píos en tiempos pasados: y que todo esto ha sido muy expresamente predicho por la boca de Cristo y de sus Apóstoles: como los testimonios que ya hemos alegado lo testifican. Los adversarios y perseguidores de los fieles no pueden negar estas Profecías, y confesarán juntamente con nosotros que muchos engañadores y falsos doctores han salido en el mundo, que engañan a muchos, de los cuales cada uno se debe con diligencia guardar. Pero no confesarán que ellos mismos sean estos falsos Profetas: mas acusan falsamente por tales a los fieles siervos de Cristo: como en tiempos pasados hizo el rey Acab, acusando al Profeta Elías de que él alborotaba a Israel. De manera que aunque todos en general confiesen el gran peligro que hay de los engañadores, con todo esto muy pocos saben y entienden cuáles sean estos engañadores. Por tanto sé que no será fuera de propósito mostrar aquí una regla cierta y verdadera, por la cual siendo ayudado y alumbrado el lector Cristiano podrá fácilmente distinguir y hacer diferencia entre los fieles siervos de Cristo y los engañadores: para que todos sepan y conozcan a aquellos a quien deban oír y seguir: y cuáles por el contrario deban detestar, y huir, conforme al mandamiento de Cristo. Esto no se podría jamás entender por el corrupto juicio y entendimiento humano, el cual como peso falso es abominación delante de Dios: sino por la sabiduría celestial que nos es revelada en la sagrada Escritura, la cual es peso fiel y verdadero que agrada a Dios. Veamos, pues, quienes sean los que siguen la palabra de Dios, y quienes sean los que la dejan y se apartan de ella.

Mandó Dios a su pueblo muy estrechamente, diciéndoles: No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella: y Cristo antes de su Ascensión enviando sus Apóstoles a predicar el Evangelio por todo el mundo, les da este precepto: Id, enseñad a todas las gentes, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. El Apóstol San Pablo escribe a los Corintios, Que nadie puede poner otro fundamento sino el que está puesto, el cual es Jesucristo, y en la misma Epístola: Yo recebo del Señor lo que también os he enseñado. El Apóstol San Pedro hablando de los enseñadores dice: Si alguno enseña, hable conforme a las palabras de Dios. Aquel que con atención considerare estos testimonios, como deben ser considerados, entenderá bien que no son falsos doctores ni nuevos los que enseñan al pueblo la pura doctrina del Evangelio sin añadir ni disminuir, testificando que Jesucristo es el cordero de Dios que quita los pecados del mundo, y que Él es el camino, y la verdad, y la vida, y que ninguno viene al Padre sino por Él. Y, Que en ningún otro hay salvación: y que no hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos. Que sin Cristo nada podemos hacer, y que no somos suficientes de nosotros mismos para pensar algo, como de nosotros mismos: sino que nuestra suficiencia es de Dios. Esta es la doctrina de Cristo anunciada en el mundo por sus Apóstoles, y por consiguiente es doctrina sana, antigua y verdaderamente Católica Apostólica, por la cual los hombres alcanzan el verdadero conocimiento de Cristo para consolación y salud de sus almas. Los que la predican el día de hoy en las Iglesias reformadas no son engañadores ni doctores nuevos, y aquellos que la oyen, confiesan y siguen, (como es el deber de todo fiel y católico Cristiano) no son engañados, mas se fundan y estriban sobre el fundamento verdadero, sólido y antiguo: aunque el mundo los acusa y calumnia como a alborotadores del pueblo, y los condena como a herejes. Mas estos son los engañadores y falsos maestros, los que han sido, o son tan atrevidos de añadir, o disminuir algo en la palabra de Dios, mandando lo que Dios prohíbe, o prohibiendo lo que su Majestad manda. De manera que obedeciendo a estos no es posible juntamente obedecer y agradar a Cristo; y para obedecer y seguir a Cristo es menester apartarse y huir de estos como de guías ciegos, los cuales siendo otros nuevos Fariseos han invalidado el mandamiento de Dios por sus preceptos humanos, honrando a Dios en vano, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Tales son los maestros y perlados de la Iglesia Romana, los cuales, dejando las pisadas de los Apóstoles y el mandamiento de Cristo, no apacientan las ovejas con el verdadero mantenimiento de las almas, que es la palabra de Dios: pero ocupándose en vanas ceremonias y tradiciones humanas, detienen el pueblo en una indisculpable ignorancia, engañándolo con externo aparato y resplandor y con magníficos títulos. Porque gloriándose de ser vicarios de Cristo, alejan al pueblo Cristiano de la obediencia, y del salutífero conocimiento de Cristo; y bajo pretexto y color de que no pueden errar, han henchido la Cristiandad de infinitos errores y supersticiones, directamente repugnantes a la doctrina de Dios. Lo cual se puede manifiestamente probar por los testimonios siguientes:

Dios prohíbe muy expresamente en el segundo mandamiento de su Le, el culto de las imágenes. Ellos quebrantaron esta Ley, y desechando este mandamiento mandaron que las imágenes se hiciesen, se honrasen, y adorasen contra el mandamiento de Dios. Dios manda que su pueblo lea y medite su Ley, y Cristo manda en el Nuevo Testamento a escudriñar la Escritura, la cual da testimonio de Él. Ellos se oponen a este mandamiento, y prohíben severamente la lectura de la Sagrada Escritura, como si fuese ponzoña: Cristo nuestro Redentor, invita a sí muy benignamente a todos los trabajados y cargados, y les promete que hallarán descanso para sus almas. Estos por el contrario enseñan a los hombres otros mil caminos para hallar salvación por indulgencias, satisfacciones, misas, méritos e Intercesiones de santos; como si en la persona de Cristo no se hallase perfecta salvación: dejando de esta manera las consciencias en una perpetua inquietud y congoja como ellos por tales desvaríos privan a Dios de su honra, y al pueblo de Dios del pasto y conforto de sus almas, así semejantemente privan también a las potestades superiores, y a todos los que están en eminencia de la honra y obediencia que se les debe. Porque ellos dominan y se enseñorean, no solamente sobre el pueblo de Dios contra lo que enseña San Pedro; pero aun también toman autoridad y señorío sobre los Reyes, Príncipes y grandes de la tierra. Y aunque San Pablo claramente enseña que toda alma (sin excepción ninguna) debe ser sujeta a las potestades superiores, y la razón que da, es porque son ordenadas de Dios: con todo eso estos con una soberbia y desvergüenza intolerable se sirven de los Reyes, Príncipes, y Magistrados Cristianos como de sus ministros para ejecutar sus crueldades y persecuciones contra los fieles miembros de Cristo, que no confiesan ni mantienen otra doctrina que la de Cristo; y no buscan, ni esperan salvación sino por Él que es el único autor de vida. De donde se puede concluir que de tales perlados y maestros del pueblo, con gran razón se puede decir, lo que el Profeta Isaías dice de los que en su tiempo presidian en la Iglesia de Jerusalén: Los Gobernadores de este pueblo son engañadores, y los que por ellos son gobernados, perdidos.

Por tanto, siendo el peligro tan grande y tan evidente, y la calamidad de la Iglesia tan extrema, nos es menester que como ovejas de Cristo, dejando a estos extraños, pues son lobos, conozcamos, sigamos y oigamos la voz de nuestro verdadero y fiel pastor, acordándonos del aviso que Cristo nuestro Señor dio a los suyos diciendo: Guardaos de los falsos Profetas que vienen a vosotros con vestidos de ovejas; mas de dentro son lobos rapaces: por sus frutos los conoceréis. Y en otro lugar; Dejadlos, son ciegos guías de ciegos: y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo. Acordémonos también de la exhortación que hizo San Pedro a los fieles en Jerusalén: Guardaos de esta perversa generación. Y de lo que escribe San Pablo a los Corintios, diciendo: Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis cosa inmunda, y yo os recibiré. Y San Juan en el Apocalipsis, tratando de la caída de la gran Babilonia, dice: Salid de ella pueblo mío, y no seáis participantes de sus pecados, para que así no recibáis de sus plagas. Porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades, y después añade: cuyos mercaderes eran Príncipes de la tierra, en cuyas hechicerías todas las gentes han errado, y en ella es hallada la sangre de los Profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra.

Estas sentencias y graves amonestaciones del Señor deberían con gran razón sonar corno trompetas en las orejas de todos aquellos que aún están adormecidos en las profundas tinieblas de ignorancia: para que de veras se despierten del sueño, y renuncien a los engañadores, que con sus idolatrías y supersticiones han profanado el santuario de Dios, y han sido la causa de tanto derramamiento de sangre Cristiana e inocente, y no cesan aun de atizar el fuego de persecuciones y discordias entre los Príncipes Cristianos. Pero el Todopoderoso Dios, que es justo juez y padre de misericordia (en cuyos ojos la muerte de los píos es estimada) tomará en mano sin duda ninguna la causa de sus fieles, y como dice la Escritura, juzgará a su pueblo, y sobre sus siervos se arrepentirá: y redimirá sus almas del engaño y la violencia. Porque Él sabe los trabajos, y las tribulaciones, y la paciencia de los suyos, y está con ellos en la aflicción y no se olvida del clamor de los pobres. La sangre de los píos siendo preciosa en sus ojos, clama sin cesar a Él de la tierra como se lee de la sangre de Abel: y Dios (como dice David) se acuerda de ella. Lo cual por su providencia admirable, manifiestamente ha declarado en nuestros días, cuando con todos los fuegos, cárceles y cuchillos de los perseguidores no ha sido apagada la luz de la verdad; pero por el contrario ha sido más ampliamente propagada en muchos reinos y pueblos de la tierra. De manera que la experiencia nos ha sido confirmada la notable sentencia de Tertuliano, que dice: La sangre de los Mártires es la simiente de la Iglesia. Consideremos también cuán benignamente Dios, para consolación de los suyos, ha levantado por su bondad y defendido por su potencia algunos píos Reyes y Príncipes verdaderamente Cristianos, los cuales, obedeciendo la Ley y al mandamiento de Dios, limitando a los píos Reyes de los tiempos pasados, han derribado los ídolos y restituido la pura doctrina del Evangelio, y han abierto sus reinos y tierras para que fuesen refugio y amparo de los fieles, que como ovejas descarriadas por acá y por allá escaparon de las manos sangrientas de los Inquisidores. ¿Cuántos millares y millares de pobres extranjeros se han acogido a la Inglaterra, (dejo de nombrar otros Reinos y Repúblicas) por salvar sus consciencias y vidas, donde bajo la protección y amparo, primeramente de Dios, y después de la serenísima Reina doña Isabel han sido defendidos y amparados contra la tiranía del Anticristo y de sus hijos los Inquisidores? En lo cual se ve cumplido lo que Dios prometió por su Profeta; que los Reyes habían de ser guías, las Reinas amas de leche de la Iglesia. El mismo Dios por su infinita misericordia ha levantado también otros instrumentos de su gracia: es a saber, píos doctores, que como fieles siervos de Cristo y verdaderos pastores apacentaron la manada de Cristo con la sana doctrina del Evangelio, y la divulgaron no solamente de boca; pero también por sus libros y escritos: por los cuales comunicaron el talento que habían recibido del Señor a muchos pueblos y naciones del mundo. En este número ha sido el doctísimo intérprete de la sagrada Escritura Juan Calvino, autor de esta Institución, en la cual él trata muy pura y sinceramente los puntos y artículos que tocan a la religión Cristiana, confirmando sólidamente todo lo que enseña con la autoridad de la sagrada Escritura, y refuta con la palabra de Dios los errores y herejías, conforme al deber de un maestro Cristiano; el cual dividió esta su Institución en cuatro libros.

En el primer libro trata del conocimiento de Dios, en cuanto es Creador y supremo gobernador de todo el mundo: En el segundo, trata del conocimiento de Dios redentor en Cristo, conocimiento que ha sido manifestado primeramente a los Padres debajo de la Ley, y a nosotros después en el Evangelio. En el tercero declara, qué manera hay para participar de la gracia de Jesucristo, y qué provechos nos vienen de aquí, y de los efectos que se siguen. En el cuarto trata de los medios externos, por los cuales Dios nos convida a la comunicación de Cristo, y nos retiene en ella. De manera que en estos cuatro libros son muy cristianamente declarados todos los principales artículos de la religión Cristiana y verdaderamente Católica y Apostólica. Así que todo lo que cada fiel Cristiano debe saber y entender de la Fe, de las buenas obras, de la oración, y de las marcas externas de la Iglesia, es ampla y sinceramente explicado en esta Institución, como fácilmente juzgará cada uno que la leyere con atención y sin pasión, ni opinión prejuiciada. Esto solamente rogaré al benévolo y Cristiano lector, que no sea apasionado ni preocupado en su juicio por las grandísimas calumnias e injurias, con las cuales los adversarios se esfuerzan a hacer odiosísimos todos los escritos y aun el mismo nombre de Calvino, como si fuese engañador y sembrador de herejías. Mas que se acuerde de usar de la regla que antes hemos puesto para hacer diferencia entre los verdaderos maestros y los falsos, y hallará claramente que la doctrina contenida en esta Institución es ortodoxa, Católica y Cristiana: y que los adversarios, siendo escurecidos y pervertidos en su juicio, llaman a la luz tinieblas, y a las tinieblas luz, en lo cual son imitadores de aquellos, contra quien el Señor denuncia ‘Ay’ por su Profeta. Algunos años han pasado desde que esta institución ha sido traducida en diversas lenguas con gran fruto de todos aquellos que aman la verdad, y que desean aprovechar en el conocimiento de Cristo para su salvación. Ahora sale a la luz por la misericordia de Dios en lengua Española, en la cual yo la he traducido para servir a mi nación, y para adelantar el reino de Jesucristo en nuestra España tan miserablemente anegada en un abismo de Idolatría, ignorancia y supersticiones mantenidas por la tiranía de los inquisidores contra la Ley y palabra de Dios, y con grandísimo agravio de todos los fieles Cristianos; los cuales siguiendo la doctrina de Cristo desean como varones prudentes edificar su casa y fundar su fe sobre la firme peña de la verdad y no sobre arena, que son las doctrinas y tradiciones inventadas de los hombres.

Yo dedico este mi trabajo a todos los fieles de la nación Española, sea que aun giman bajo el yugo de la inquisición, o que sean esparcidos y desterrados por tierras ajenas. Las causas que me han movido a esto, han sido tres principales. La primera es la gratitud que debo a mi Dios y padre celestial, al cual le plació por su infinita misericordia sacarme de la potestad de las tinieblas, y traspasarme en el reino de su amado hijo nuestro Señor: el cual nos manda, que siendo convertidos, confirmemos a nuestros hermanos. La segunda causa es, el grande y encendido deseo que tengo de adelantar por todos los medios que puedo, la conversión, el conforto y la salvación de mi nación: la cual a la verdad tiene celo de Dios, mas no conforme a la voluntad y palabra de Dios. Porque ellos ignorando la justicia de Dios, y procurando de establecer la suya por sus proprias obras, méritos y satisfacciones humanas, no son sujetos a la justicia de Dios, y no entienden que Cristo es el fin de la Ley para justicia a cualquiera que cree. La tercera causa que me ha movido, es la gran falta, escasez y necesidad que nuestra España tiene de libros que contengan la sana doctrina, por los cuales los hombres puedan ser instruidos en la doctrina de piedad, para que desenredados de las redes y lazos del demonio sean salvos. Tanta ha sido la astucia y malicia de nuestros adversarios, que sabiendo muy bien que por medio de buenos libros sus idolatrías, supersticiones, y engaños serian descubiertos, han puesto (como nuevos Antíocos) toda diligencia para destruir y quemar los buenos libros, para que el mísero pueblo fuese todavía detenido en el cautiverio de ignorancia, la cual ellos sin vergüenza ninguna, han llamado Madre de devoción. En lo cual directamente contradicen a Jesucristo, que enseña muy expresamente en el Evangelio que la ignorancia es causa y madre de errores, diciendo a los Saduceos: Erráis ignorando las Escrituras y la potencia de Dios.

Aquí, pues, es menester que yo suplique a todos los de mi nación, que desean, buscan y pretenden ser salvos, que no sean mal avisados negligentes en el negocio de su salvación: pero que como conviene Cristianos, den lugar a la doctrina de Cristo, el cual nos ha revelado y manifestado los misterios de nuestra redención, y la voluntad de su padre celestial, del cual tenemos testimonio y mandado del cielo que lo debemos oír. ¿Qué mayor desvarío se puede imaginar que preferir la voz de los hombres a la de Dios: la mentira a la verdad, y la idolatría y superstición a la obediencia de Cristo y de su Evangelio? ¿Qué mayor locura que dejar la fuente de agua viva, por cavarse cisternas rotas que no detienen aguas? ¿No es Cristo el fiel y buen pastor de nuestras almas, y su palabra no es la misma verdad, como él mismo lo testifica? ¿No es Él el que tan graciosamente convida a sí a todos los sedientos, y a los que no tienen dinero, y les promete de recompensarlos y saciarlos? ¿Por qué, pues, olvidándose los hombres de estas promesas, gastan su dinero y su trabajo donde no hay pan ni saciedad? ¿Por qué buscan y piden de otros la gracia y ayuda que solo Cristo tiene y puede dar? Acuérdense los tales que en tiempos pasados se quejaba el Señor de una semejante ingratitud de su pueblo: ¿Qué maldad —dice— hallaron en mí vuestros padres, que se alejaron de mí y se fueron tras la vanidad y y se tornaron vanos? y luego añade: Me volvieron las espaldas, y no el rostro. y por otro Profeta dice: Extendí mis manos todo el día al pueblo rebelde, que camina por camino no bueno en pos de sus pensamientos. Abrid, pues, los ojos oh Españoles, y dejando a los que os engañan, obedeced a Cristo y a su palabra, la cual sola es firme e inmudable para siempre. Estribad y fundad vuestra fe sobre el verdadero fundamento de los Profetas y Apóstoles, y la sola Cabeza de su Iglesia. ¿Por qué tenéis en poco al Señor y a sus mandamientos, y os sujetáis al hombre de pecado, que os aparta de Cristo y de vuestra salvación? ¿Por qué apreciáis tanto su dañosa doctrina con la cual él enreda las consciencias, y apacienta las almas con viento de vanidad? Si queréis muy claramente ver y entender esto, escudriñad solamente y considerad con atención la doctrina de Cristo y los Hechos de los Apóstoles, comparándolos con los hechos e historias de los Papas de Roma, y hallaréis manifiestamente que hay tanta diferencia entre ellos, cuanta hay entre la luz y las tinieblas, y entre la apariencia, o sombra, y el cuerpo.

Por tanto hermanos míos muy amados en Cristo, mirad por vosotros, tened cuenta con vuestra salvación, pensad de veras cuál sea vuestro deber. No recibáis en vano la gracia de Dios, que se os ofrece por la predicación del Evangelio, por el cual el piadoso Dios extiende las manos de su misericordia para sacar a los ignorantes del hoyo y lodo de ignorancia a su conocimiento y comunión. Por lo cual si oyeres hoy su voz —como dice el Profeta— no eridurezcáis vuestros corazones: mas antes desechando las doctrinas, y tradiciones de los hombres mentirosos y engañadores, oíd a aquel que no puede mentir, seguid aquel que no puede errar: para que el nombre del Señor sea santificado en nuestra España, y que muchos siendo instruidos por la palabra de Dios, se conviertan de las tinieblas a la luz para que reciban por la fe en Jesucristo remisión de pecados, y la vida y bienaventuranza eterna. Amen.

Vuestro muy aficionado en el Señor

Cipriano de Valera

20 septiembre de 1597

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